Según relata el párroco de la iglesia San Simón en la ciudad de Maturín, el Presbítero Miguel Febres; en la basílica de Nuestra Señora del Valle en la isla de Margarita se celebraba el bautizo de una niña hermosa.
Los padres junto a la infante llegaron puntuales a la cita para participar del sacramento que incorporaría a la pequeña a ser parte de la iglesia y de los hijos de Dios.
Como es la tradición, los progenitores eligieron un hermoso vestido blanco como las perlas de la zona, un gorro del mismo color y lleno de encajes complementaba el ajuar que cubría el poco cabello negro de la cabeza de la creatura.
Todo iba bien, la ceremonia inició y el sacerdote dio los ritos iniciales. Padres y padrinos mostraban la felicidad en su rostro y el fotógrafo seleccionado para captar el momento hacia su trabajo con mística, respetando la casa de Vallita.
Al momento de dejar caer el agua en la cabeza de la pequeña, el sacerdote se dio cuenta que tenía unas ronchitas por lo que exclamó ¡A esta niña tenemos que colocarle penicilina!
Asombrados por aquella osadía del consagrado, la mamá sin titubear llevó el cuerpo de la infante a su pecho, la abrazó y mirando a los ojos del celebrante le dijo: No, padrecito, nada de penicilina; ella se llama es María del Valle y si no es María del Valle me llevo a mi muchacha y no hay bautizo.
Ante la confusión, el sacerdote debió explicar que la penicilina era para atacar y curar las ronchas de la pequeña.
Foto referencial