La importancia de que un latinoamericano se erija como Papa es hoy diez años después más vigente que nunca. El martes 26 de febrero de 2013 Bergoglio partía desde Buenos Aires hacia Roma para participar del Cónclave que elegiría en el Vaticano al sucesor de Benedicto XVI. El obispo argentino calculó entonces que tendría el tiempo justo para participar de la homilía del Jueves Santo, en abril, pero una vez convertido en el papa Francisco no volvió a su tierra. La demora de una visita oficial es carne de todo tipo de especulaciones políticas en Argentina, reactivadas ahora por el décimo aniversario de su pontificado.Los argentinos ven a Francisco como uno de los suyos y se lo hacen saber metiéndolo en el fango de la política doméstica. Desde hace una década, en Buenos Aires se analiza en clave local cada mensaje que llega desde el Vaticano, se mide la amplitud de una sonrisa con tal o cual político o el gesto adusto que el jesuita dispensó a algún expresidente. Las disputas comenzaron el día mismo de su proclamación, el 13 de marzo de 2013. Había llegado a San Pedro “un Papa peronista”. El mundo lo creyó y en Argentina se instaló como un axioma. “Nunca estuve afiliado al partido peronista, ni siquiera fui militante o simpatizante del peronismo. Afirmar eso