Años atrás, más de tres décadas, un colega periodista cubano, acreditado en Venezuela, se atrevió y nos contó horrorizado: en Cuba no era posible sobre vivir sin transformarse en un corrupto, en un corruptor, en un ilegal o en un delincuente de cuello blanco. Tanto mi esposo, (QEPD) como yo, lo miramos asombrados. En medio de su angustia, expresó lo que debía hacer para obtener: comida, medicina, cuadernos, libros, lápices y papel, entre otros bienes. (Para la máquina de escribir, sin computadora en ese momento.) Narraba lo terrible que resultaba la vida cotidiana. Su esposa, periodista también, sufría toda clases de molestias para obtener: comida, enseres de limpieza personal y la limpieza del hogar. Conmovidos hasta las lágrimas lo único que hicimos fue llevarlo a comer, comprar algunas cosas para el trabajo y, consolarlo. Jamás pensamos, quien escribe y mi difunto marido que llegaríamos en nuestro amado país a esa misma situación.Hace casi 8 años, un día mi hijo Adolfo H, músico y comunicador me explicó: “Estoy pensando en irme del país para siempre. No quiero volverme un corrupto, ni que mis hijos pasen hambre.” Hablamos del año 2014 cuando empezó la escasez de alimentos y medicinas, hubo numerosas revueltas, presos, asesinatos y demás. La devaluación y la hiperinflación no se habían iniciado de la manera que ocurrió en los