Willard Wiggan creció en los años 60. Tenía dislexia y autismo no diagnosticados, y sus profesores solían humillarlo delante de sus compañeros de clase.
«En ese tiempo, si no sabías deletrear, sumar o lo que fuera, los profesores te usaban como ejemplo de fracaso», cuenta.
Para escapar de la crueldad de sus profesores, Willard se refugió en el jardín de su familia, creando sus propios mundos entre plantas e insectos, donde no se sentía tan pequeño.
Fue aquí, haciendo casas para las hormigas, donde comenzó su viaje en la microescultura.
Cuando su madre Zeta vio lo que hacía, quedó asombrada y le dio un consejo que cambiaría su vida para siempre: «Cuanto más pequeños las hagas, más grande será tu nombre”.
A medida que crecía, sus creaciones se hacían más pequeñas, pero pasarían años antes de que la prensa se enterara de su inusual talento.
Cuando el mundo vio lo que podía hacer, la profecía de Zeta se hizo realidad.
«Mi madre tenía razón», dice Willard Wiggan “Mi nombre se hizo más grande”.
Una maravilla, ¿Verdad?
Fuente: BBC