Aunque su nombre de pila no es Karla, así se hace conocer entre sus finos y fijos clientes, pues la fémina no es de las que se paran en las esquinas de las plazas a esperar que algún cliente baje el vidrio del carro a ofrecerle dinero por sus servicios.De los treinta y cuatro años de vida, lleva dieciocho recorriendo distintas camas. Según lo relatado por ella, con ese trabajo ha logrado levantar a su hija de ocho años que, “fue por un descuido de mi parte porque me gustaba mucho el tipo, en el momento se me pasó ponerle el condón y después no me tomé la pastilla”.Hasta ahora no conoce lo que es visitar un burdel o casa de venta sexual, ingresó al negocio mientras culminaba sus últimos meses de bachillerato como una forma de experimentar y que le proporcionara dinero.“Todo inició porque yo le gustaba a un muchacho y echando broma le dije que si me daba plata accedía a lo que él quería, que era llevarme a su cama. Sin pensarlo me dio el dinero y fue cuando me di cuenta que era muy fácil, lo hice solo por complacerlo; de allí en adelante la historia es otra, eso sí, no con todo el mundo me acuesto”.Aunque tiene 18 años ejerciendo la profesión más antigua del