Con otro asiento vacío en la mesa y los celulares conectados a una eterna videollamada, el 2021 llegó con la esperanza “que será mejor que el año pasado” ¿Por qué? “Porque tiene que serlo”.
Tenemos la costumbre de ver cada año como un nuevo comienzo; donde no decimos “viernes”, decimos “1ro de enero”, un día que sirve para reunir a una familia extraviada en cuarentena a la que solo recordamos por los estados de WhatsApp.
En “la casa de Miguelina”, el 2021 comenzó oliendo a sanchocho y con la botella del indio aun medio llena sobre la mesa. La “música de los viejos” con la voz de Ana Gabriel sin esperanza de extinguirse desde el garaje, mientras que en los rostros recién levantados el maquillaje corrido se presenta como flashback de la madrugada anterior.
Sin embargo, como recordatorio de que Venezuela sigue en crisis, cuando la sopa aún está en la cocina, un hombre de barba blanca se para en la ventana preguntando “si no hay nada por ahí que me puedan regalar”.
Con tres generaciones reunidas (la última de las cuales ya ni siquiera lleva el apellido “González” de sus bisabuelos) en una casa de cinco habitaciones, la pandemia de Covid-19 no impidió que los hijos que quedan de Miguelina y Juanchito se reencontraran en su antigua casa de vereda junto a sus hijos y los hijos de estos para compartir cachapas con queso y una botella de ponche e’ crema.
En aquella casa de Barrio Obrero, construida por mis bisabuelos, la familia siempre será lo más importante y, por ello “el año se recibe en la casa de mamá (mi bisabuela)…Es tanto así que ustedes, la cuarta generación, todavía están aquí. Ahorita eso no se ve en ninguna parte”, dice Coromoto, hija de Ismenia, quien murió hace casi 20 años.
“Ningún país del mundo recibe el año nuevo como en Venezuela y con todo y eso la gente todavía se quiere ir ¿A qué? ¿A acostarse a dormir?”.
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