Hace poco más de un año, el 11 de marzo de 2020, el director general de la OMS, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, conocido como doctor Tedros, declaró en una rueda de prensa: “Hemos evaluado que la covid-19 puede caracterizarse como una pandemia”. Hoy esa pandemia ya ha dejado más de 2,8 millones de muertos en el mundo y ha forzado confinamientos y otras restricciones a la libertad de movimientos. Y ha precipitado una recesión global.Hace poco más de un año, el 11 de marzo de 2020, el director general de la OMS, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, conocido como doctor Tedros, declaró en una rueda de prensa: “Hemos evaluado que la covid-19 puede caracterizarse como una pandemia”. Hoy esa pandemia ya ha dejado más de 2,8 millones de muertos en el mundo y ha forzado confinamientos y otras restricciones a la libertad de movimientos. Y ha precipitado una recesión global.
La Organización Mundial de la Salud, criticada durante la pandemia, ya falló en la crisis de la gripe H1N1 (2009) y en la del ébola (2014). Pero los expertos señalan que es un pilar irreemplazable para la salud y la estabilidad global. Esta semana agitó el debate pidiendo transparencia a China y rapidez a Europa en la vacunación
Hay estatuas que conmemoran guerras, héroes o generales. La erigida frente a la sede en Ginebra de la Organización Mundial de la Salud (OMS), casi vacía desde que hace poco más de un año estalló la pandemia del coronavirus, es distinta, pero tanto o más heroica que las otras. El monumento consta de cuatro figuras: un hombre, una mujer y un niño que recibe una vacuna de un médico o enfermero. Conmemora uno de los mayores éxitos en la historia de la salud global: la eliminación a finales de los años setenta de la viruela, que solo en el siglo XX causó 300 millones de muertes, según las estimaciones.
La viruela es la única enfermedad infecciosa que se ha erradicado en la historia de la humanidad. La gesta fue el momento estelar de la OMS, jamás repetido, fruto de la cooperación entre las potencias mundiales en un periodo de enfrentamiento internacional, y ejemplo de la eficacia de las instituciones multilaterales cuando sus miembros se unen en un propósito común. “Ocurrió cuando había unas tensiones geopolíticas muy similares a las actuales: era plena Guerra Fría, pero rusos y estadounidenses trabajaron codo a codo en el terreno, colaboraron”, dice David Heymann, que en los años setenta trabajó en la India como epidemiólogo en el programa de la OMS para erradicar la viruela. Décadas después, Heymann desempeñaría en la institución cargos de responsabilidad en momentos críticos. “La lección”, añade, “es que se pueden hacer cosas pese a que haya tensiones geopolíticas en lo más alto”.
Será difícil que un día se levante un monumento a la erradicación de la covid-19. Aunque la pandemia acabe bajo control, es poco probable que, como al final de una guerra, se proclame la victoria total como ocurrió el 8 de mayo de 1980, cuando la Asamblea Mundial de la Salud —el parlamento de la OMS, en el que se sientan representantes de sus 194 miembros— declaró: “El mundo y sus habitantes se han liberado de la viruela”. Aquel momento sigue siendo un patrón oro de la cooperación internacional, no solo en materia de salud. Porque la OMS, como insisten quienes trabajan en ella, no es una institución política, sino técnica, pero que, a lo largo de sus más de 70 años de existencia, ha influido, pese a sus muy escasos poderes, en la evolución sanitaria y social de la humanidad. En ella se han proyectado las grandes batallas políticas e ideológicas del siglo XX y principios del XXI.
Lo que hace medio siglo era el choque entre Estados Unidos y la URSS, hoy son el ascenso de China, el repliegue nacionalista y populista, y la crisis del multilateralismo, que tiene en la OMS —donde casi todos los países del mundo discuten y negocian sin renunciar a su soberanía— una de sus instituciones centrales. Esta crisis ha colocado bajo presión este sistema y muchos la ven como un anticipo de otras —sanitarias o medioambientales— ante las que la humanidad y sus instituciones no están preparadas. “Necesitamos una acción colectiva ante la covid-19 y ante el cambio climático”, señala la antropóloga biológica Jennifer Cole, de la Universidad de Londres. “Somos más fuertes cuando trabajamos juntos. Pero, en estos momentos, somos unos enemigos de otros”.
El miedo al otro, el apego a la soberanía y, al mismo tiempo, la conciencia de que sin una mínima cooperación es ilusorio contener los virus: todo esto ya estaba en la prehistoria de la OMS. “Desde el siglo XIX hay intentos de establecer acuerdos sanitarios entre países. Desde comienzos del siglo XX hay agencias, muy frágiles al principio, que pretenden ser multilaterales”, dice Marcos Cueto, profesor en Fiocruz, el principal instituto biomédico de Brasil, y coautor de The World Health Organization. A History, la historia de referencia de la OMS, publicada en 2019 por Cambridge University Press.
De las cenizas de la Segunda Guerra Mundial nació una arquitectura institucional que pervive, con entidades como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). La OMS, que es una agencia de la ONU, proclamaba en el preámbulo de su constitución que “la salud de todas las personas es fundamental para alcanzar la paz y la seguridad” y que este objetivo “depende de la plena cooperación entre individuos y entre Estados”. La nueva organización constaría de tres órganos. Un secretariado dirigido por el director general. Un consejo ejecutivo integrado por 34 técnicos designados a los Estados en función de las regiones que componen la OMS. Y la Asamblea Mundial de la Salud, el órgano decisorio, que se reúne una vez al año.
La OMS se había convertido en un campo de batalla de la Guerra Fría. La salud era un arma que concedía altura moral y aura humanitaria. No era tan distinta de los esfuerzos de China y Rusia por exportar sus vacunas a los países pobres y realzar el perfil de potencias protectoras. Enviar médicos y expertos a zonas en vías de desarrollo, contribuir a reducir la mortalidad y construir sistemas de salud podía ser más eficiente que las operaciones de espionaje, los golpes de Estado o las guerras de guerrillas para conseguir que un país pasase al área de influencia de una u otra potencia.
El Departamento de Estado de EE UU hacía una analogía entre la malaria y el comunismo, “enfermedades” que “esclavizaban” a los países en desarrollo y que era necesario erradicar. Es fácil imaginarse una novela de espías al estilo de Graham Greene, ambientada en un país subtropical con espías camuflados de médicos estadounidenses y soviéticos, turbias tramas para conquistar, con insecticidas y vacunas, “los corazones y las mentes” de los locales.
La historia de la OMS fue durante las primeras décadas la historia de la Guerra Fría, pero también ha sido —desde las instituciones de su prehistoria y hasta ahora— la historia de la pugna entre dos visiones de la salud. La primera contempla “intervenciones puntuales para controlar brotes epidémicos o problemas de salud solamente con tecnología moderna”, según Cueto. Es lo que este profesor peruano y los autores de The World Health Organization. A History llaman la visión “biotecnológica”: un problema, una solución. A esta visión se opone la que podría llamarse social, según la cual “la salud internacional es un medio para mejorar las condiciones de vida de las personas, la infraestructura básica y crear sistemas de salud nacionales que no estuvieran únicamente concentrados en enfermedades específicas”.
El brote del SARS en China se expandió a otros países y causó 813 muertes. El episodio, recuerda Heymann, fue importante porque, por primera vez, la OMS pudo recolectar información en tiempo real y difundirla en internet. También fue un episodio memorable porque Brundtland criticó en público a China por no proveer información sobre el brote. “La próxima vez que ocurra algo extraño y nuevo en el mundo, déjennos venir cuanto antes”, exhortó la jefa de la OMS al régimen de Pekín. Para el doctor Heymann, aquello mostró a China y al mundo la importancia de compartir de forma abierta la información. Pero muchos países no quieren informar hasta que están absolutamente seguros de lo que ocurre, reconoce. “Y no hay una fuerza policial internacional que los obligue”.
La gripe H1N1 en 2009 y el ébola en 2014 no dejaron en buena posición a la OMS. En el primer caso, se bautizó el virus como “fiebre porcina”, con el loable fin de evitar llamarla “fiebre mexicana” y estigmatizar el país donde se detectó. Esto llevó a embargos de exportaciones y otras medidas, y perjudicó al sector de la carne de cerdo. En el caso del ébola, fue el retraso en la respuesta de la organización, dirigida entonces por la china Margaret Chan, lo que provocó los ataques. Adam Kamradt-Scott, profesor en la Universidad de Sídney y especialista en seguridad sanitaria y relaciones internacionales, sostiene que se ha aprendido de los errores. “Hubo problemas en 2009 y con el brote de ébola, pero, en el contexto actual, la OMS respondió con rapidez a la hora de alertar a la comunidad internacional”, afirma. Sus palabras inciden en la discusión actual. ¿Reaccionó a tiempo la OMS ante el nuevo virus detectado en Wuhan a finales de diciembre de 2019? ¿Fue demasiado complaciente con China su jefe, el doctor Tedros? Tenía poder para hacer más de lo que hizo? ¿Qué responsabilidad puede atribuirse a la organización por la pandemia?
La OMS declaró una “emergencia de salud pública de importancia internacional”, el nivel más alto de alerta. El mismo 30 de enero, el doctor Tedros dedicó elogios encendidos a China por la “velocidad” con la que detectó el brote, aisló el virus, secuenció su genoma y compartió la información, un mensaje diametralmente opuesto al de Gro Harlem Brundtland en 2003 con el SARS. “La OMS tenía todos los indicios desde el fin de diciembre para dar la alerta”, apunta el politólogo François Godement, especialista en Asia en el laboratorio de ideas Instituto Montaigne, en París.
“El retraso fue crucial”, añade. “La responsabilidad es compartida entre China y la OMS. Con lo que ocurrió después soy mucho menos crítico, porque la OMS daba recomendaciones que las democracias occidentales seguían más o menos, o no seguían, debido a la presión de sus opiniones públicas contra las medidas fuertes”.
Los confinamientos en Europa y EE UU no empezaron hasta mediados de marzo, un mes y medio después de la “emergencia de salud pública de importancia internacional” decretada en Ginebra. Pero fue la supuesta complacencia del doctor Tedros con China y los retrasos iniciales de Pekín en la información lo que nutrió la campaña de Trump contra la organización y finalmente la retirada estadounidense.
¿Qué hacían los países en los tres primeros meses de 2020 cuando tenían la información sobre lo que sucedía en China? ¿Por qué esperaron hasta finales de marzo para confinarse? Esta es la pregunta que deberían hacerse y no qué es lo que hicieron la OMS o China”. Tedros, en una rueda de prensa reciente, abundó en esta idea: “Necesitamos entender por qué algunos países actuaron tras escuchar nuestras alertas y otros fueron más lentos”. Mensajes para los países occidentales que en el invierno de 2020 arrastraron los pies. Y para China. Esta semana, Tedros ha dicho que son necesarios nuevos estudios antes de descartar, como hace el régimen chino, que el virus saliese de un laboratorio en Wuhan, y ha cuestionado la colaboración local en las pesquisas internacionales.
Como durante la Guerra Fría, la OMS se ha convertido en escenario de una pugna entre potencias: El republicano Trump ha desaparecido y, con el demócrata Joe Biden, EE UU regresa a la OMS, pero las críticas a Pekín y las dudas sobre su papel persisten. Hace un año, por la opacidad al inicio del virus; ahora, por las incógnitas todavía no aclaradas sobre el origen de la pandemia y las barreras a una investigación independiente. Y esto, con el trasfondo, en este inicio de 2021, de la carrera mundial por acaparar vacunas, los movimientos chinos y rusos para distribuir dosis en África o América Latina y los titubeos de la UE en la campaña de vacunación. La Organización Mundial de la Salud, en medio de este conflicto, intenta afirmar su posición. ¿Su poder? No exactamente.
La OMS recomienda, coordina, informa. Es un poder escaso, con un presupuesto reducido —similar al del hospital de Ginebra— y con menos empleados que el Ayuntamiento de Barcelona: 8.000, de los cuales 2.000 trabajan en la sede en Ginebra, este año semidesierta. La cuestión es cómo convertir la organización en una rama de lo que el politólogo de la Universidad de Georgetown Josep Maria Colomer llamó “el gobierno mundial de los expertos” en un libro con el mismo título publicado en 2015 por Anagrama.
“La pandemia es global, pero los poderes de las organizaciones globales aún no son tan eficaces para gobernarlos como deberían ser”, analiza. “Sin embargo, la OMS este año ha prestado algunos servicios importantes. Dio la primera alerta global sobre la pandemia en enero de 2020. Da datos y cifras recogidos independientemente de las estadísticas oficiales de los Estados. Y viene a ser la voz global de la verdad”. En medio de la confusión, de las teorías de la conspiración y las noticias falsas, de los mitos y leyendas sobre las vacunas y el origen del virus, la organización con sede en Ginebra ofrece datos e información fiable; es la voz de la ciencia y la razón. No es poco. “La OMS ha hecho su trabajo en cada etapa teniendo en cuenta las dificultades que supone afrontar un nuevo virus y con una tensión internacional muy fuerte”, declaró el presidente francés Emmanuel Macron al periodista Pierre Haski en un documental de la cadena ARTE sobre la organización y la pandemia.
La pandemia, sin la OMS, ¿habría sido distinta? “Habría sido un desastre sin paliativos. Si ha habido algo de cooperación, ha sido porque existía esta organización que trataba de cooperar y desarrollar reglas y orientaciones comunes”, responde desde Australia Kamradt-Scott, y explica que no habrían existido iniciativas como Covax destinada a facilitar un acceso equitable a las vacunas para los países menos desarrollados. Si la Organización Mundial de la Salud no existiese, habría que reinventarla. “Si se aboliese y se intentase recrear hoy”, dice este especialista en salud global, “no estoy seguro sobre cómo podría lograrse, y sin duda no habría 194 miembros, que es uno más que la propia ONU”. “No creo que fuese viable”, añade
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