El mundo político se ha vuelto confuso. Satisfacciones y frustraciones. Reivindicaciones y engaños. ¿Quién nos miente? ¿En quien confiar? El debate sobre la conveniencia de votar ha secuestrado la tranquilidad de ciudadanos que anteponen esa reflexión a cualquier análisis sobre el contenido de las propuestas u ofertas de campaña o sobre las supuestas cualidades de los candidatos que las enarbolan.
El país se ha atascado en esa discusión previa sobre votar o no. Los esfuerzos por plantear soluciones a nuestros problemas y el empeño de muchos de postular a gente representativa, bien intencionada y honesta, no ha sido correspondido por la población. El país ha sido seducido por un nuevo valor: lo honesto es no votar.
Votar es entregarle el alma al diablo. Es ser tontos útiles de quienes sólo quieren acceder a fuentes de riqueza, controlar decisiones públicas a favor de sus intereses particulares, tener el poder como sea para llenarse de dinero y de privilegios. Para corromperse.
Mejor me quedo fuera de esa cloaca. Yo no voto. No creo en la política. No quiero ni me interesa relación alguna con los políticos.
Y, así, construyendo esas categorías que sirven de prisma para ver la realidad venezolana, astutas élites se dieron a generalizar, a hacer de excepciones la regla y se han salido en buena parte con la suya. Muchos confían y siguen ahora, no a los políticos, sino a quienes los denuncian y retratan como ese cáncer que basta con extirpar para que logremos la calidad de vida que merecemos.
Esa antipolítica ha sido exitosa. Ha dado lugar a nuevos partidos que “si están dirigidos por políticos honestos” y se ha adueñado del nicho de la política “crítica y sincera”. Su mensaje es directo. Si usted vota es un corrupto. Si usted vota está colaborando con la corrupción. Si usted vota es un cómplice del mal.
No importa que usted quiera votar por el cambio y por otra conducción. No hay caso. Votar está mal. No se mezcle en esas cochinadas.
Mejor es la violencia. Guarimbas hasta que reviente el caos. Dividir las Fuerzas Armadas hasta que la subversión militar estalle. Ofrecer nuestras riquezas a otros países para que invadan. Trancarle todo el comercio internacional al gobierno para que caiga. Insistir en el desprestigio de los políticos hasta que les de asco a ellos mismos verse las caras.
El problema para estos nuevos partidos, para los autores intelectuales y financistas del odio al voto, de la violencia, del golpismo, de intervenciones militares, de sanciones, es que las mayorías se han dado cuenta del engaño. Siguen los mismos en el gobierno. No ha habido cambios. Bueno, si ha habido. Ahora esa nueva clase política vive a cuerpo de rey en el exterior, mientras en Venezuela crece la miseria que causa el bloqueo económico que ellos mantienen con sus reclamos y sumisión a potencias extranjeras.
Todo fue una estafa. No hubo presidente provisorio. Nada cambió con la antipolítica. Todo ha empeorado y resulta que quienes siguen luchando día a día, sin tregua, para que las cosas mejoren son quienes buscan el cambio con el voto, con la paz, con el diálogo.
Se ha volteado la tortilla. Ahora todos llamarán a votar.
Unos, antes promotores de la abstención, propondrán sus nombres porque se percataron que quien gane, así sea con abstención, es el verdadero presidente, gobernador, alcalde, diputado, o concejal.
Otros, se postularán a gobernadores y a alcaldes porque han caído en cuenta que sus partidos se están extinguiendo sin apoyo popular, por haberse ido por el barranco de la abstención.
Otros, porque perciben que el pueblo se sabe engañado por ellos y urgen de rectificar. No quieren persistir en el error.
Los venezolanos no desperdiciarán de nuevo la oportunidad de elegir a sus representantes y a sus gobernantes. El pueblo sabe el tiempo que ha perdido y sabe también quiénes son los culpables.
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