La semana pasada me entrevistaron para varios medios nacionales y extranjeros; en todos mi narrativa no se movió un ápice porque lo que defiendo son convicciones profundamente arraigadas. Creo en la paz y en el dialogo; en la capacidad de los seres humanos de entenderse; de negociando resolver conflictos, creo en el voto y en las elecciones como herramientas fundamentales de cambio; en que cuando los pueblos se expresan masivamente la fuerza de la razón se impone; rechazo la violencia, el sectarismo, el radicalismo; desprecio a aquellos que auto etiquetándose líderes se han lucrado groseramente en los últimos años a costa de la entrega de muchos e incuso de tantas vidas.
Me encontré con buenos y agudos profesionales que reflejaron con exactitud lo que deseaba expresar. Uno de ellos, José Gregorio Meza a quien estimo, me preguntó a propósito de lo que hemos venido haciendo desde la Comisión para el Dialogo, la Paz y la Reconciliación y más específicamente del encuentro con el liderazgo empresarial venezolano: “¿Estas acciones no significa que se están a arrodillando frente a Maduro?” a lo que respondí” “Yo me atrevo a señalar, usando esa figura, que lo que estamos haciendo es arrodillarnos ante el pueblo venezolano que está urgido de soluciones. Hoy pareciera que la confrontación no es la solución, De la crisis no se va a salir si no se produce una especie de alto al fuego”.
Alto al fuego:
En 1820, Bolívar y Morillo acordaron en Trujillo un alto al fuego y la suspensión de hostilidades de una guerra, la de independencia, que se había llevado por delante a casi la mitad de la población de la entonces Venezuela y destruido su economía. Fueron años muy cuentros, marcados por crueldades sin límites, en una dura confrontación entre hermanos porque los españoles que vinieron a América a preservar los dominios de la Corona fueron apenas centenares.
¿Si entonces fue posible, por qué ahora no? Frente a todos, enemigos comunes: la pandemia, la pobreza, la migración los más importantes.
Para abatir al COVID19 se requieren ingentes recursos que permitan adquirir, distribuir y colocar la vacuna a millones de connacionales sin excepción: el oro retenido en Londres bien puede ser destinado a tan noble fin.
La pobreza y atada a ella la desigualdad social demandan un proyecto común de país con inversiones nacionales y extranjeras, financiamiento multilateral, protección a lo privado y hacer eficiente lo público, empleos de calidad y salarios dignos, educación y servicios de primer mundo.
Los millones que se han marchado merecen regresar a casa y para ello indispensable es no solo garantizar su vuelta a las familias sino las condiciones para que encuentren en su tierra condiciones para prosperar.
Alto al fuego por bienestar generalizado debe ser propósito común.
En estos días salía de una panadería en Caracas, cachito de jamón y café en mano, cuando reconociéndome una pareja me detuvo. “Diputado Martínez, usted está en lo correcto, ya basta de peleas, estamos cansados de esos políticos que pasan todo el día insultándose. Tenemos que salir de esta pesadilla, únanse por el pueblo. Siga así, que Dios les bendiga”. No tienen idea ellos, la emoción que me embargó oírles.
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