A Abdalá aún le persiguen las imágenes de su padre ahogándose cuando él tenía solo 13 años. Omer ha pensado en suicidarse: tras recorrer miles de kilómetros, no encuentra la manera de llegar a España. Son las heridas menos visibles de los migrantes, las que no dejan marca en la piel pero acompañan de por vida.
La salud mental de las personas migrantes en Marruecos, país que para muchas es solo una escala antes de llegar al sueño europeo, tiene forma de depresión, estrés postraumático, ansiedad y pensamientos suicidas.
Son heridas que acompañan, en silencio, a las cicatrices que jalonan sus cuerpos fruto de alambres, golpes, mordeduras y desencuentros con el mar, pero pueden ser aún más dañinas y es raro que reciban algún tipo de tratamiento.
No hay datos sobre los migrantes que viven en Marruecos, país de acogida y de tránsito, pero se calculan en varios decenas de miles. De ellos, 18.000 han pedido asilo o tienen ya estatus de refugiado, según las cifras de Acnur, la organización de la ONU que les asiste. Estima que uno de cada cuatro necesita atención psicológica.
Es el caso de Omer, que huyó de su país en guerra en 2019 y lleva unos meses en Marruecos, frustrado porque alcanzar España no era tan fácil como preveía.
Esa sensación de estancamiento, con una ruta cruzando desiertos a sus espaldas, se suma a una dificultad más: su homosexualidad, en un país donde está penada por ley. Por eso pide no publicar su nombre real, su país de origen, la localidad donde vive ni ningún dato que pueda identificarlo.
El cúmulo de experiencias, cuenta a EFE, le llevó a perder la esperanza y tener pensamientos suicidas, de los que ha salido gracias a una psicóloga de Acnur, organización que cuida de la salud mental de 175 refugiados en Marruecos.
Rachid Hsine, responsable del programa de asistencia psicológica de Acnur en el país magrebí, explica que lo vivido por estas personas puede derivar en depresión y dolencias que en ocasiones requieren medicación. Entre los migrantes refugiados que apoya Acnur se dan, lamenta, casos de suicidio.
En otras ocasiones, añade, los problemas son consecuencia de no tener un techo donde dormir o atención médica, no sentirse integrados en la sociedad marroquí o no conseguir educación para sus hijos.
La historia de Abdalá (nombre ficticio) es especialmente difícil de escuchar. Este niño camerunés de 17 años tenía 13 cuando sobrevivió al naufragio de una patera en el Atlántico mientras se dirigía a Canarias. Fue testigo de la muerte de 24 de sus ocupantes, entre ellos su padre.
La experiencia le ha dejado profundas heridas. «Aún sigo viendo imágenes del naufragio», dice a EFE en la sala de informática de un centro de acogida de la ciudad norteña de Tetuán, donde estudia para ser electricista.
Su patera salió de El Aaiún, en el Sáhara Occidental, y navegó una noche y un día antes de naufragar. Los adultos se hundieron porque sus chalecos no aguantaban su peso y solo se salvaron ocho personas, todos niños, que pasaron una noche flotando en el agua antes de ser rescatados por la Marina Real marroquí.
Desde la capital del Sáhara, las autoridades marroquíes lo trasladaron a Tarudant, 700 kilómetros al norte, como suelen hacer con los migrantes para evitar que repitan sus intentos de cruzar a España. Allí inició una nueva carrera: la de sobrevivir sin su padre.
Llegó a un centro de menores de la Asociación para la Protección de la Infancia y la Concienciación Familiar (APISF) tras pasar por Meknés, Casablanca y Tánger. «Ahora no pienso ir a Europa, solo guardo malos recuerdos sobre la migración», dice.
Dounia Murcia, psicóloga en APISF, explica que la mayoría de los menores llegan con experiencias traumáticas, cuya gravedad depende la ruta que han hecho y su país de proveniencia. «Un menor no está preparado para vivir esas cosas», resume.
Abdalá no es el único niño que ha llegado a APISF con traumas. Murcia recuerda a otro inmigrante subsahariano de 17 años. «Estaba en el colegio cuando entró la guerrilla a su pueblo y arrasó todo. Su madre fue asesinada delante de él y vino huyendo atravesando miles de kilómetros».
Según la psicóloga, los migrantes con trastornos postraumáticos sufren de insomnio, disociación, depresiones, agresividad, desconfianza en los adultos y pérdida de concentración. «La mayoría desconfían, lo que alarga su integración», lamenta.
A pesar de que organizaciones como Acnur y APISF intentan darles asistencia, estos esfuerzos y el número de emigrantes que reciben tratamiento psicológico siguen siendo insuficientes.
En parte porque, lamenta Hsine, en Marruecos solo hay medio millar de psicólogos y psiquiatras, que no están formados para los desafíos psicológicos de las personas migrantes.
Con información de EFE
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