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La Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) informó que desde que se inició la pandemia del coronavirus en el país, dentro del clero han contabilizado un total de 201 contagios y 24 fallecidos por COVID-19.
“La cifra de los contagiados representa el 10% del total del clero venezolano, mientras que los fallecidos a causa del virus retratan el 11,9% de los contagiados, y el 1,2% del total de presbíteros en el país”, señalan en el documento.
Exponen que las víctimas más recientes de la COVID-19 son el presbítero Miguel Vargas de la Arquidiócesis de Caracas, fallecido el 15 de abril de 2021, y los sacerdotes salesianos Luigi Verdecchia en la Arquidiócesis de Caracas y Bruno Masiero en la Arquidiócesis de Valencia, fallecidos el 16 de abril.
“En medio de una situación mundial crítica en cuanto a la pandemia y los temores y angustias que ella suscita, es también un tiempo en donde las personas necesitan acercarse más a Dios para consolar el espíritu, y los sacerdotes, en consecuencia, procuran responder a esta necesidad fundamental, entregando su humanidad, aunque procurando guardar las prevenciones necesarias”, agregan en el texto.
Nuevamente la Iglesia insiste en la crisis motivada a la pandemia que ha generado una rápida y profunda herida en nuestra sociedad. Señalan que “la pandemia se ha convertido en un hecho social totalizante. No solo ha afectado a la salud de la población, sino que ha trastocado todas las dimensiones de la existencia. Desde los aspectos sociales y económicos a los familiares y religiosos. Nada ha quedado inmune a los efectos de una pandemia que ha acelerado e intensificado procesos sociales existentes, como la desigualdad y la exclusión, y ha creado enormes campos de incertidumbre para una ética de la vida”.
Indican que “la convivencia ciudadana y los comportamientos políticos están sufriendo profundas alteraciones en todo el mundo por lo novedoso de la realidad y por la improvisación de las respuestas a los problemas. Todos constatamos que mecanismos políticos excepcionales, como puede ser el estado de alarma, se ha convertido en un instrumento casi permanente en nuestra precaria democracia”.
Concluyen en que “los cambios profundos que hemos vivido desde el inicio de la crisis son todavía demasiado cercanos para analizar en profundidad sus consecuencias. Después de meses de propagación del virus solo podemos observar los primeros impactos de una crisis que se caracteriza fundamentalmente por haber generado una profunda herida en nuestra sociedad con tres síntomas: la limitación de derechos, el incremento de la desigualdad en la sociedad y la desvinculación de la moral”.
Consideran que el virus amenaza la vida y tensa al máximo desde los cuidados en el hogar hasta el sistema residencial de atención a los mayores, desde las atenciones en los hospitales hasta la muerte en soledad. La economía se ha hundido como consecuencia del desempleo y de la necesidad de paralizar el sistema productivo en determinados momentos para frenar la pandemia.
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