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Si algo tienen en común las muchas teorías que se esgrimen para tratar de explicar los resultados de las últimas elecciones en Venezuela -contradictorias muchas de ellas, fundamentadas unas, arbitrarias otras- es la apelación a la falta de liderazgo, al descreimiento de la población, su cansancio y desconfianza. El reclamo, apagado o estruendoso, por la calidad del liderazgo o por su ausencia termina casi siempre en una exigencia de renovación.
No es fácil definir las características del esperado nuevo liderazgo, pero si algo está claro es el rechazo a aquel detrás del cual se esconden propósitos mezquinos, estrategias exclusivamente partidistas, apetencias personales o de grupo, simple deseo de figuración o de revancha. No puede ser creíble, de hecho, un liderazgo levantado sobre el personalismo y la mentira, la promesa fácil, el aprovechamiento fraudulento de las aspiraciones de la población solo como material para el discurso y la demagogia.
La orfandad de liderazgo no se corrige, desde luego, con su eliminación, sino con el aliento a otro tipo de liderazgo: marcado por la generosidad, el trabajo efectivo por el bien común, la interpretación de las verdaderas aspiraciones de la gente, la capacidad para proponer objetivos y metas, sumada a la competencia para expresarlas en planes y acciones concretos.
La verdadera y duradera identificación con el líder solo puede darse desde la convicción de su honestidad, su generosidad, su claridad frente a los grandes asuntos de interés nacional, su capacidad para el diálogo y la convergencia de voluntades. No es exagerado decir que un modelo así se dio entre nosotros con el pacto de Punto Fijo, acuerdo de políticos con estatura de estadistas, animados por un propósito nacional pacientemente perseguido, incluso a costa de sacrificios personales.
El contacto con una generación de adultos jóvenes dentro y fuera de país hace esperar que ese nuevo liderazgo es posible. Traslucen un interés generoso, genuino, por la participación desinteresada; entienden el poder como medio para servir, no para servirse, para atender los intereses de la sociedad, no los de los amigos. Están en muchos sectores, en el mundo estudiantil, en el profesional, en el gerencial, en el sector público y en el privado. No les son ajenas las ideas de políticas públicas y la urgencia de conjugar una postura visionaria con un acentuado y necesario realismo. Al día con el mundo, tratan de entender y ajustarse a los cambios que se aceleran todos los días en todos los órdenes. Dotados de talento, han mostrado ya, en sus años de formación o de experiencia profesional, capacidad para proyectar el futuro posible pero simultáneamente para planificar, organizar y hacer. No se creen dueños de la verdad, saben escuchar. Han incorporado a su buen hacer los conceptos de equipo, de eficiencia, de planificación, de delegación, de manejo del riesgo y de apertura a las oportunidades. Saben lo que hay que acometer y se atreven. Sus maestros reconocen ya en ellos profundidad intelectual y capacidad para formular estrategias, planificar y ejecutar.
Una de las principales razones que explica el estancamiento o la pérdida de rumbo de una sociedad es, sin duda, la carencia de un auténtico liderazgo o su desfiguración. El síntoma de desesperanza casi generalizada, la postura de entrega a lo que se da como normal o inevitable, el aislamiento, la masificación, la pérdida de la individualidad y de la perspectiva de futuro crecen más rápidamente en la medida en que la propia sociedad no genera líderes confiables, creíbles, capaces de interpretar a la gente, de proponer y entusiasmar.
Hay, felizmente, razones para pensar y soñar que la semilla de un nuevo liderazgo está por germinar, un liderazgo que se mida por su nivel de generosidad y su capacidad de inspirar, de movilizar y de hacer. En tiempos de desánimo y de abandono de trincheras importan los líderes a quienes les importa Venezuela y que apuestan por ella. El país ganará, sin dudas, con líderes más en contacto directo con la gente que con solo las pantallas, líderes con talento y con respeto por el talento, visionarios y realizadores.
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