Más conocida en todo el mundo como la capital india de las tecnologías de la información y los clubes nocturnos, Bangalore tiene ahora el dudoso honor de ser la ciudad del sur del país con las cifras más altas de muertes por la enfermedad registradas desde que empezó la segunda ola de la pandemia.
La ciudad, de unos 8,4 millones de habitantes, también es la capital del estado de Karnataka, una de las cuatro entidades indias más golpeadas por la covid, actualmente confinado durante 14 días hasta el 12 de mayo.
Mientras corren las noticias de que las cifras oficiales están muy por debajo de la realidad, una nota de prensa del gobierno de Karnataka situó el jueves el número de muertes en Bangalore en 6.139, con 710.347 casos confirmados de covid. Solo la ciudad de Pune (en el estado occidental de Maharashtra) y la capital nacional, Delhi, superan la devastación. En tasa de aumento diario de casos, sin embargo, Bangalore ocupa el segundo puesto, solo por detrás de Delhi.
La magnitud de la crisis que se vive en la capital de Karnataka puede medirse por el hecho de que el Gobierno ha autorizado la conversión urgente de 93 hectáreas de terreno a las afueras de Bangalore en 23 cementerios y crematorios. Para empeorar las cosas, los habitantes de muchos de los pueblos en los que se han reservado los terrenos se han manifestado en contra de la propuesta. Alegan que los crematorios proyectados están demasiado cerca de las poblaciones.
El jueves, durante una visita al crematorio eléctrico de Kalpalli, al este de Bangalore, se contaban 50 coches fúnebres haciendo cola.
“Los cadáveres se están descomponiendo. No os acerquéis”, nos gritó un grupo de conductores que charlaban apiñados mientras esperaban su turno. En medio de la desgracia, los chóferes parecían dar preferencia a la compañía humana por encima de la necesidad de mantener la distancia. En la ciudad hay 13 crematorios como el de Kalpalli y la situación es la misma en todos ellos.
Los empleados de las instalaciones se quejaban de que los hacían trabajar en condiciones inhumanas, y de que el Gobierno no ha aclarado qué salario van a recibir. Los operarios pertenecen a la casta de los dalits (antes llamados intocables) del orden social hindú.
“La mayoría pertenecemos a familias que llevan siglos y generaciones realizando esta tarea. El Gobierno nunca ha regularizado nuestro trabajo, a pesar de que sus organismos utilizan constantemente nuestros servicios”, denuncia A. Suresh, de 42 años, uno de los líderes de los empleados de los crematorios. “Si seguimos trabajando es por humanidad”, añade.
Las comunidades que creen en la inhumación de sus muertos, y no en la incineración, sufren no solo por la pérdida de los suyos, sino también por la falta de dignidad en el rito final. En los cementerios de la ciudad ya no queda sitio, y los nuevos terrenos propuestos por el Gobierno esperan.
Igual que en otras zonas del país, la escasez de oxígeno parece ser la causa principal del elevado número de muertes.
“Los pacientes tienen que esperar entre ocho y 10 horas antes de que les llegue el oxígeno. La mayoría no puede esperar tanto”, observa el médico Bartool Fatima, quien trabaja como coordinador en la ONG LabourNet, que presta primeros auxilios a los enfermos que esperan que les asignen una cama en el hospital.
“La falta de camas hospitalarias podría haberse solucionado si tuviéramos suficiente oxígeno. La gente se muere no por falta de medicamentos, sino de oxígeno”.
Así todo, basta una búsqueda superficial en las redes sociales para descubrir un entramado de distribuidores ilegales que ofrecen no solo bombonas y concentradores de oxígeno, sino también medicamentos vitales y camas de hospital al mejor postor. Una bombona de oxígeno que se puede alquilar por 2.000 rupias [unos 22 euros] se está ofreciendo en el mercado negro nada menos que por 40.000 [unos 450 euros].
Nandish Kumar, distribuidor de equipos médicos, asegura que en la ciudad no quedan existencias de concentradores de oxígeno de uso doméstico.
“Si alguien reserva uno ahora, podré entregarlo el 25 de mayo, y le costará 70.000 rupias [unos 780 euros]”, señala. “Esa es la tarifa oficial con factura. Las del mercado negro son más altas”. Según Kumar, en marzo los concentradores todavía se podían conseguir en la ciudad por 25.000 rupias [unos 280 euros].
Taha Mateen calcula que juntando todos los recursos médicos de la ciudad solo se alcanzaría a atender a una décima parte de la población necesitada de cuidados urgentes, y afirma que la mayoría de las solicitudes de hospitalización y equipo les llegan a través de las redes sociales.
“Las personas ricas e influyentes no necesitan nuestra ayuda, y los pobres no saben cómo acceder a ella. Me pregunto qué estamos haciendo”, reflexiona Padmini Ray, especialista en Humanidades Digitales y fundadora de oxygenblr.in, la página web que utilizan las ONG de la ciudad para recaudar fondos y coordinar la ayuda.
Para dar una idea de lo caótica que es la situación, Ray cuenta que las personas no devuelven las bombonas después de utilizarlas.
“No tenemos personal suficiente para repartirlas y luego recuperarlas. Las entregas son prioritarias”, aclara, y añade: “También nos faltan humidificadores y reguladores”.
Mientras tanto, el ritmo de la vacunación ha quedado reducido a un goteo, y el estado ha informado de una grave escasez de dosis. El gobierno de Karnataka también revocó precipitadamente su anunciado plan de empezar a vacunar a las personas de entre 18 y 44 años a partir del 1 de mayo, a pesar de que los expertos insisten en que la segunda ola solo podrá contenerse inmunizando al 80% de la población. La aplicación a través de la cual los ciudadanos más jóvenes del estado podían registrarse para la vacunación también se colapsó pocas horas después de su apertura.
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