Gustavo Petro ha tardado apenas tres días después de su victoria en las urnas para encarar uno de los retos más complejos que va a tener su futuro Gobierno: las relaciones rotas con la Venezuela de Nicolás Maduro. El presidente electo de Colombia anunció este miércoles en sus redes sociales que se ha comunicado con el Gobierno venezolano “para abrir las fronteras y restablecer el pleno ejercicio de los derechos humanos en la frontera”, una vez se posesione, el 7 de agosto. No dio más detalles de la conversación, ni reveló quién fue su interlocutor con el Gobierno chavista, aunque el propio Maduro ya lo había felicitado también en las redes sociales por un triunfo que permite avizorar “nuevos tiempos”.
El anuncio se produce un día después de que Petro, que será el primer mandatario de izquierda en la historia de Colombia, habló por teléfono con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. En el mapa geopolítico de América Latina, donde se abre paso un nuevo eje progresista, Bogotá, un aliado histórico de Washington, es también clave para la Casa Blanca por el papel que pueda desempeñar en la estrategia frente a la vecina Venezuela, el mayor foco de inestabilidad en la región.
Gradual, escalada y negociada
El mensaje era “predecible”, apunta Ronal Rodríguez, investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, en Bogotá, aunque matiza que esa recuperación de relaciones debe ser “gradual, escalada y negociada”. La primera expectativa es recobrar la relación comercial entre el departamento colombiano de Norte de Santander y el estado venezolano de Táchira. Recuperar las relaciones consulares es uno de los temas críticos, “por la cantidad de colombianos que hay en Venezuela, y por la cantidad de venezolanos que hay en Colombia”, que en ambos casos se cuentan por millones. El acercamiento, concluye, implica dinámicas de reconocimiento del Gobierno venezolano que requieren de una negociación.
Petro marca de entrada un contraste con la política exterior del presidente Iván Duque. En Colombia, las comunidades a lo largo de una porosa frontera de más de 2.200 kilómetros piden a gritos restablecer el flujo fronterizo y las relaciones con Caracas, rotas por completo desde 2019. En mayor o menor grado, todos los candidatos de la larga campaña presidencial han prometido reabrir la frontera. También lo había hecho Rodolfo Hernández, el empresario de discurso populista derrotado por Petro en la segunda vuelta del domingo. Pero para el presidente electo, al que sus adversarios siempre han atribuido simpatías con la izquierda más radical, el asunto venezolano requiere un balance delicado.
Ante las resistencias que su proyecto político aún despierta en varios sectores, Petro, quien militó en su juventud en la guerrilla del M-19, buscó suavizar su imagen durante la campaña. Ese propósito pasa por alejarse de cualquier asociación con el chavismo, una sombra que lo ha perseguido desde que exhibió cierta sintonía con Hugo Chávez en las etapas más tempranas de la Revolución Bolivariana. Como parte de su visión, Petro ha insistido en enfrentar el cambio climático como una de sus prioridades, y propone detener la exploración petrolera como parte de una transición hacia una economía descarbonizada. “Venezuela está hundida en su economía por su dependencia del petróleo, y nosotros lo que proponemos es lo contrario”, se ha defendido reiteradamente ante los ataques. En contraste, se ha acercado a otros sectores progresistas de América Latina, que incluyen al chileno Gabriel Boric y al mexicano Andrés Manuel López Obrador.
“Ninguna relación de frontera, por más difícil que sea, es lo que tenemos hoy, en ninguna parte del mundo. Hasta entre los americanos y los cubanos siempre hay canales de comunicación”, valoraba en una reciente entrevista con EL PAÍS María Ángela Holguín, canciller durante los ocho años del Gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018). “Hay que establecer canales de comunicación. Hay temas en los que seguramente se puede trabajar porque ellos también están interesados en que la frontera no sea el caos que es hoy en día, de criminalidad, contrabando y asesinatos”, planteaba la exdiplomática, que también ha sido embajadora en Caracas y el año pasado publicó La Venezuela que viví (Planeta), una suerte de memorias sobre un país que conoce como pocos.
En su momento, entre sus primeras acciones de Gobierno, Santos recondujo las tensas relaciones con algunos países vecinos, deterioradas después de los dos mandatos de Álvaro Uribe (2002-2010), como el Ecuador de Rafael Correa y la Venezuela de Hugo Chávez. Sin embargo, la deriva de Nicolás Maduro ha hecho cada vez más difícil el relacionamiento entre Bogotá y Caracas, dos capitales que han sostenido por años posturas irreconciliables.
Cúcuta, la mayor ciudad colombiana sobre la frontera, ha sido epicentro de esas tensiones, agudizadas desde febrero de 2019 por el fallido intento de la oposición venezolana, en cabeza de Juan Guaidó, que contaba con el irrestricto apoyo del presidente Duque, de ingresar alimentos y medicinas por los puentes fronterizos. Maduro consideró ese episodio como un intento de “invasión” y rompió unas relaciones que para entonces ya estaban en descomposición. Duque ha sido el principal promotor del “cerco diplomático” sobre el heredero de Hugo Chávez y lo acusa de dar refugio a las guerrillas colombianas en su territorio, mientras Maduro a su turno lo señala de todo tipo de complots. Los expertos coinciden en que el intento por aislar a Caracas ha sido un fracaso.
Para terminar de complicarlo todo, los puentes binacionales han sido el embudo de uno de los mayores flujos de personas en el mundo, en muchos momentos desbordados por la diáspora de venezolanos que huyen empujados por la hiperinflación, la inseguridad o la escasez de alimentos y medicinas. Al menos dos millones se han afincado en Colombia, donde Duque puso en marcha un Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos. Con los puentes cerrados, se impone la frontera clandestina. El flujo por las llamadas trochas, como se conocen los cruces ilegales, siempre ha sido la regla. La línea limítrofe está repleta de rutas informales por donde históricamente ha fluido todo tipo de contrabando. A lado y lado opera un archipiélago de grupos armados, que incluye a disidencias de las FARC, la guerrilla del ELN o la pandilla conocida como Tren de Aragua.
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