La emergencia humanitaria y el desafío logístico «no tienen precedentes», aseguran los ya muy curtidos pero ahora desbordados agentes fronterizos de Estados Unidos. «Intentamos mantener la cabeza fuera del agua», añaden en su diálogo con la prensa. Qué decir, entonces, de los más de 10.000 inmigrantes sin documentación, en su mayoría haitianos, que en los últimos días han cruzado el Río Grande y acampan bajo el Puente Internacional de la localidad texana de Del Río para tramitar sus solicitudes de asilo.
El movimiento tiene todas las trazas de estar coordinado. Y ha pillado a la guardia fronteriza estadounidense entre desprevenida y asfixiada por la que parece una de las más graves crisis migratorias de los últimos años; crisis alentada un poco por la desesperada situación de Haití, otro poco por el deterioro de las condiciones en los países de tránsito a causa de la pandemia, y un poco más por la mayor flexibilidad de la Administración de Joe Biden con los sinpapeles…hasta cierto punto.
La oleada de hombres, mujeres y niños, todos agotados y exasperados después de meses o años de periplo pero esperanzados en una vida mejor en Estados Unidos, aguardan la tramitación de sus solicitudes de asilo o acogida en un campamento improvisado y caótico. Los funcionarios han instalado 20 letrinas portátiles: una cantidad desde luego insuficiente.
La situación es caótica y surrealista. Muchos inmigrantes vuelven a México de vez en cuando a por dinero de remesas familiares o «para recargar el móvil».
Muchos de los acampados cruzan de vez en cuando el río de vuelta a México para conseguir comida, para recibir dinero que les envían familiares ya asentados en el norte o simplemente «para cargar el móvil», según describen reporteros de The Washington Post en una crónica sobre el terreno.
La crisis ha venido a desatarse cuando los cruces ilegales de la frontera con México alcanzan ya su máximo en 20 años, y justo cuando los funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional se esmeran por acomodar y reasentar a más de 60.000 evacuados afganos.
«Estamos luchando por traer todos los recursos que podamos, pero es una pesadilla logística», dice Jon Anfinsen, el principal funcionario sindical de la Patrulla Fronteriza en Del Rio. «Hemos recabado el apoyo de agentes de todo el país, pero no van a llegar de inmediato», lamenta. Y habla de la pena que a él y sus compañeros les da ver a los niños que han llegado allí de la mano de sus padres. «La moral es terriblemente baja», asegura.
Cobertura de actualidad y avances innovadores, con un enfoque en sucesos locales, política y más.