Aunque su nombre de pila no es Karla, así se hace conocer entre sus finos y fijos clientes, pues la fémina no es de las que se paran en las esquinas de las plazas a esperar que algún cliente baje el vidrio del carro a ofrecerle dinero por sus servicios.
De los treinta y cuatro años de vida, lleva dieciocho recorriendo distintas camas. Según lo relatado por ella, con ese trabajo ha logrado levantar a su hija de ocho años que, “fue por un descuido de mi parte porque me gustaba mucho el tipo, en el momento se me pasó ponerle el condón y después no me tomé la pastilla”.
Hasta ahora no conoce lo que es visitar un burdel o casa de venta sexual, ingresó al negocio mientras culminaba sus últimos meses de bachillerato como una forma de experimentar y que le proporcionara dinero.
“Todo inició porque yo le gustaba a un muchacho y echando broma le dije que si me daba plata accedía a lo que él quería, que era llevarme a su cama. Sin pensarlo me dio el dinero y fue cuando me di cuenta que era muy fácil, lo hice solo por complacerlo; de allí en adelante la historia es otra, eso sí, no con todo el mundo me acuesto”.
Aunque tiene 18 años ejerciendo la profesión más antigua del planeta, muchos pensaran que está acabada y arrugada, sin embargo, su vestimenta, accesorios y estilismo dice otra cosa; “me levanto tempranito para ir al gimnasio y si puedo voy por las noches también, si cobro caro lo lógico es que este en forma y bien arreglada”.
Cuenta la “señorita” que una noche con ella pasa por dormir en un hotel cinco estrellas, cuando menos de cuatro y el pago de 60 dólares e incluso viajes por algún lugar del país, “en billetes verdes nada de al cambio”. Resaltó que sus clientes cuentan con la facilidad de pagar eso y mucho más porque están ligados a la política o son funcionarios de seguridad de alta jerarquía.
“Aquí en Maturín hay varios conocidos que se acuestan conmigo, el resto están fuera de la zona. Hay quienes se asombran cuando digo que soy dama de compañía y la verdad es que eso es tan común en estos tiempos. Lo importante es que mi hija ya sabe a lo que se dedica su mamá y a pesar de su corta edad lo ha ido entendiendo”.
Karla, relata que no forma parte de ningún grupo de mujeres dedicadas a este oficio, su clientela se la ha ganado a pulso asistiendo a eventos de “socialité” o en los viajes que realiza y le presentan a otros caballeros a quienes les facilita su número de teléfono.
Durante dieciocho años de “carrera profesional” ha logrado comprar, remodelar y equipar un apartamento que tiene en la avenida Libertador de Maturín, cambiar de carro en tres oportunidades, conocer los más paradisíacos lugares de Venezuela y codearse con personalidades de diferentes ámbitos a quienes acude cuando lo necesita.
“Esto es un negocio, tú pagas lo que yo cobro y yo te doy lo que quieres que es placer sexual, punto. No entiendo como muchas mujeres que se dedican a esto también prefieren el placer al bienestar. Mi tarifa la pongo yo y quien no tenga como pagarla sencillamente se quedará con las ganas”, dijo con voz firme.
Fue enfática al decir que no es de las que anda a media noche esperando clientes en una esquina por lo peligroso que representa, además que no es su esencia, por lo que se ha propuesto que su nombre sea referencia para bien dentro del negocio sexual.
En cuanto a sus experiencias, asegura que han sido muchas, sin embargo por el mismo tipo de clientes que posee trata que todo sea bajo perfil y no estar involucrada en ninguna foto o vídeos que les asocie con ellos.
Manifestó que seguirá trabajando en ese oficio hasta que Dios, la naturaleza humana y sus clientes se lo permitan.
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