La capital piareña no sólo es futbol, también está llena de personalidades que han sabido sembrar en hombres y mujeres de diferentes generaciones valores, actitudes y cualidades para hacerle frente a la vida.
Hoy, cuando en Venezuela se celebra el Día del Maestro, queremos rendir honor a aquellos seres que en su momento fueron ejemplos a seguir, un referente e incluso, porque no, nuestro primer amor.
En Aragua de Maturín es imposible hablar de maestros sin que no se nombre a las maestras Ofelia Méndez, Matilde Acuña, María del Jesús Cesin, Omaira Betancourt y junto a ellas a los maestros Pedro Marín y Agustín Maíz.
Méndez, Acuña, Cesin y Marín, se encargaron de formar con carácter y disciplina a cientos de piareños en las instalaciones de la Escuela Básica Cacique Taguay.
Relatan que con una correa y regla de madera algunos de ellos impusieron su formar de educar a niños que nunca necesitaron de un psicólogo o ley por presentar algún trauma; al contrario, con el pasar de los años fueron y son respetados por los habitantes del poblado.
Marín, “come maya” de nacimiento y Cesin, oriunda de Caripe El Guácharo; llegaron a ocupar el máximo puesto en la escuela, directores. Por su parte Ofelia y Matilde son de esas maestras que no necesitaron pisar una universidad para saber educar y entregar su vida a la enseñanza.
De Agustín Maíz y Omaira Betancourt se conoció que obtuvieron su título luego de profesionalizarse en la escuela rural, hoy liceo Francisco Isnardi y en el Pedagógico de Maturín.
De los nombrados hasta ahora sólo retornó a la casa del Creador, María del Jesús. A pocos días de su fallecimiento, en el recinto escolar se le rindió un sentido homenaje y se le recordó como aquella mujer de carácter fuerte que no titubeaba a la hora de hablar e imponía disciplina para formar a los hombres de hoy; como una educadora sin descanso, celosa de su escuela y entregada al trabajo ya que llegaba a las seis de la mañana y era la última en retirarse a las seis de la tarde.
El timbre de Cacique Taguay, sonó con fuerzas el pasado jueves 11 de enero cuando el personal educativo de ayer y de hoy se congregaron en torno a sus cenizas y con cantos y poesías le dieron el último adiós.
Es importante destacar también a esos educadores que a finales de los 80 y en la década de los noventa dejaron una huella imborrable en los alumnos que pasaron por las escuelas Cacique Taguay y Aniceto Guevara Vega.
En el centro educativo que rinde honor al indígena resalta, quizás por ser el único hombre, el maestro Efrén Torrealba; junto a él, un grupo de extraordinarias mujeres se encargaron de hacer de aquellos pequeños unos gigantes y extraordinarios seres humanos.
Como olvidar a las maestras Calila Betancourt, María Álvarez, Mireya Cabello, Inés Vívenes, María Aguiar, Mariela Silva, Isidra Rivero, Coromoto Barreto, Olivia Contreras, María Elena Leonett; cada una con su carisma impregnaron en esas generaciones un espíritu de superación y hoy pueden decir con la frente en alto: Misión cumplida.
De Aniceto destaca la maestra María Gil, Mirella de Lingg, Grisel Dimas, Dalia Vásquez, Ismeria Barreto, Betza Leonett y el maestro Gustavo Foucault, de feliz memoria.
Si algo tiene la educación, es que es actual y permite que los nuevos profesionales de la docencia vayan a la par de los cambios y transformaciones que se viven en la sociedad mundial.
La tarea de formar a las nuevas generaciones recae en manos de maestras como María Palmares, Eira Dimas, Yessenia Maestre, Dannubia Leonett, entre otras; mujeres y hombres que optaron por la educación como el método para hacer grande a Venezuela.
Docentes que creen en el poder de la enseñanza y que al llegar a las aulas de clases y fuera de ellas asumen su muchachada como hijos propios.
Si algo llena de orgullo a un maestro, es la satisfacción de ver crecer y saber que sus pequeños alumnos se convierten en profesionales o dejan huellas positivas por algún motivo.
En Aragua hay educadores que con el corazón hinchado pueden sentirse plenos y satisfechos por la labor realizada.
Una mención especial en este pequeño homenaje merecen las maestras Canga y Zenaida. Ninguna de las dos obtuvo título de educadora.
Zenaida, era quien en su casa tenía una escuelita de lo que hoy se conoce como apoyo docente, anteriormente era tareas dirigidas y de allí se ganó el apodo de maestra.
Canga, madre adoptiva de Zenaida, aprovechaba la oportunidad y la frecuencia de niños en su casa para vender turrones, meriendas y helados, debido al trato y al funcionamiento de la “escuelita” también se le llamó cariñosamente maestra.
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