Nadie sabe con certeza cómo acabará la pandemia. Pero hay aspectos en los que muchos expertos parecen coincidir. No habrá inmunidad de grupo. El virus será endémico y circulará continuamente. Será, por tanto, un problema sanitario de magnitud ‘X’. ¿Lo bueno? Los expertos son optimistas con ‘X’. Confían en dos cosas: (1) que la inmunidad acabe siendo muy buena contra la enfermedad grave (tras recibir la vacuna o pasar la infección); y (2) que sea duradera.
Durante un tiempo, se pensó que el final de la pandemia podría ser la inmunidad de grupo. Si suficiente gente estaba inmunizada, por haberse vacunado o haber pasado la enfermedad, alrededor de un infectado no habría suficientes personas que permitieran la propagación del virus. Se extinguiría como un fuego sin oxígeno. Pero ese escenario parece ahora más difícil. Por un lado, la variante delta es más contagiosa, lo que significa que el virus necesita menos personas susceptibles de contraerlo para conseguir un contagio. Por otro, aunque las vacunas han resultado excelentes protegiéndonos de enfermar, no evitan ni la infección ni la transmisión con tanta eficacia.El resumen es que con las estimaciones actuales, la inmunidad de rebaño exigiría vacunar a más del 100% de gente, lo que es imposible.
Hoy la transmisión se frena con mascarillas, ventilación o distancia, pero en ausencia de esas medidas, el único freno será la inmunidad, que podría no ser suficiente. Sabemos que las vacunas reducen muchísimo la enfermedad grave, pero no tienen tanto éxito para evitar la infección, donde su eficacia baja quizás al 70%, según datos de Reino Unido.Una señal de lo difícil que es parar al virus lo ofrece Islandia: allí hay un 74% de gente vacunada desde el 15 de julio, pero justo por esas fechas es cuando se levantó la peor ola de contagios del país.
La mayoría de expertos —no todos—, creen ahora que no habrá inmunidad de grupo frente al virus. Ya en enero, el 90% de los epidemiólogos consultados por Nature decía que era probable que se volviese endémico. El epidemiólogo Miguel Hernán decía que era “razonable” sugerir que se unirá a los cuatro coronavirus endémicos que nos causan resfriados todos los años. Ese diagnóstico lo comparten hoy tantos o más científicos que en enero, cuando se publicó este artículo.
Si las vacunas no impiden la propagación del virus y, como pasa con los otros coronavirus, la inmunidad natural es solo temporal, los humanos y el SARS-CoV-2 alcanzaremos un equilibrio: pasaremos de fase pandémica a fase endémica. El virus circulará periódicamente entre nosotros causando brotes más pequeños, quizás estacionales, y presumiblemente —y esto es clave— de enfermedad leve. Nos reinfectaremos del virus cada pocos años. En un mundo casi ideal, la situación podría ser tan benigna como con los cuatro coronavirus que causan el resfriado común. De hecho, ¿quién sabe si esos otros virus, que ahora nos preocupan poco, no surgieron como grandes epidemias en algún momento del pasado?
Las pandemias más recientes siguieron sendas así: se volvieron menos graves tras unos años (quizás porque nuestro sistema inmune aprendió, porque los virus mutaron para perder letalidad, o por ambas cosas). Pero son precedentes parciales, porque eran epidemias de gripe, que es un virus diferente, y ocurrieron hace décadas, cuando no teníamos la tecnología que tenemos ahora para entenderlas completamente
“La inmunidad que bloquea la infección decae deprisa, pero la inmunidad que atenúa la enfermedad es duradera”. Si eso se cumple, sus resultados dicen que una vez alcanzada la fase endémica, cuando la primera exposición al virus sea en la infancia, el SARS-CoV-2 quizá no sea más virulento que el resfriado.
El optimismo de muchos expertos sale de confiar en esa hipótesis. Creen que la inmunidad contra la enfermedad grave será potente y duradera. Es importante subrayar la palabra grave: sabemos que los vacunados pueden infectarse y enfermar, pero si las reinfecciones son mucho más leves, en un altísimo porcentaje de personas y de ocasiones, convivir con el coronavirus en 2030 será algo muy distinto a hacerlo en 2020.
De momento la respuesta inmune parece buena y duradera. “Sabemos que la inmunidad de las personas infectadas se mantiene relativamente estable un año después. Los anticuerpos caen más en los primeros 2-3 meses, pero después se mantienen. Y sucede algo parecido con la respuesta celular”, explica Sola.
Las vacunas están protegiendo de la enfermedad grave con gran efectividad. Según los datos de Reino Unido, que son de los mejores, para los vacunados, la enfermedad grave se ha reducido entre un 91% y un 98%. Es decir, que el impacto del virus es 10 o 50 veces más pequeño. “Las infecciones posvacuna con delta son típicamente mucho más leves que las primeras infecciones”, dijo Lavine. Además, se cree que la inmunidad puede ser “incrementalmente protectora”. Por un lado, reinfectarse actuaría como una vacuna de recuerdo. Por otro, el sistema inmune iría ganando habilidades con cada exposición —por ejemplo, para reconocer más partes del virus, además de las espículas en las que se basa la vacuna—, como explicaba el epidemiólogo Michael Mina en en New York Magazine: “Así es como aprende nuestro sistema inmune”.
La pregunta en el fondo es sí dentro de unos años convivir con la covid va a ser un problema similar al que provocan los coronavirus que causan el constipado común, más parecido a la gripe, o algo todavía más grave.La primera pasa por aceptar que la gripe es un problema. Es un mal cotidiano, pero eso no significa que no tenga entidad: en España fueron hospitalizadas por gripe 50.000 personas en 2018 y fallecieron quizás 15.000. Que el covid acabe siendo algo parecido a la gripe, puede ser un mal menor, pero no sería una victoria completa. Es más, creo que pronto surgirá otro debate: ahora que todos sabemos cómo frenar enfermedades infecciosas —con mascarillas, ventilando o no yendo a trabajar enfermos—, ¿no deberíamos plantearnos si conviene hacer más contra la gripe?
La otra cautela es que todavía existen varias incertidumbres sobre cómo será la convivencia con una covid endémica.
¿Cómo de raras son las reinfecciones graves? Sabemos que la eficacia de la vacuna es alta protegiéndonos de la hospitalización. Pero con horquillas que todavía van del 91% al 98% todavía, las implicaciones en un extremo y otro son muy diferentes. Si damos la vuelta a los números, las vacunas son ineficaces el 2% o el 9% de las veces, que como ha explicado el epidemiólogo Adam Kucharski, significa multiplicar por cuatro las hospitalizaciones en una ola.
Una última razón para mantenerse en guardia son las mutaciones. La preocupación con ellas ha sido pendular, entre la exageración y el olvido. Pero Lavine cree que esa es la tercera incógnita antes de vislumbrar el equilibrio endémico: “cómo de ‘ancha’ es la inmunidad contra la enfermedad, es decir, cuánta protección ofrece contra un rango amplio de variantes”. Aquí los inmunólogos vuelven a sonar optimistas, pero sin descartar que puedan aparecer variantes capaces de evadir nuestra actual respuesta inmune. Un informe del panel de expertos de Reino Unido dice que es una “posibilidad real”. Por suerte, trae también una buena noticia. Dice que otra “posibilidad real” es que el virus evolucione para ser menos patogénico, que cause una enfermedad más leve, cuando se acomode a su huésped: nosotros.
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