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Migrantes venezolanos varados en la frontera norte de México, en Ciudad Juárez, han encontrado en el oficio de barberos una forma de ganarse la vida tras un mes de la nueva política estadounidense para controlar la migración de Venezuela.
A diario, en unas rústicas sillas, atienden a sus clientes, que son sus mismos compatriotas o incluso juarenses que se suman para apoyar a la comunidad migrante.
Ante la crisis de refugiados que se vive al norte de México, cientos de venezolanos viven a los lados del río Bravo, en casas de campaña que han acondicionado para mitigar el clima gélido.
Algunos miembros de esa comunidad son los barberos, que a escasos metros de la línea divisoria de México y Estados Unidos han acondicionado espacios para laborar.
Uno de estos casos es el del venezolano Adrián Cázares, de 23 años de edad y procedente de Maracaibo, de donde emprendió un viaje por tierra a Estados Unidos que se interrumpió con las restricciones que el Departamento de Seguridad Nacional (DHS, en inglés) anunció el 12 de octubre.
«Tengo unas semanas que llegué aquí con mi primo, fue muy duro el camino. Trabajé vendiendo jugos (zumos) en un crucero y junté el dinero necesario para las máquinas de cortar cabello», contó.
Desde las 8 de la mañana inicia con su tarea, y pese a todo espera cumplir su sueño para ayudar económicamente a sus padres, quienes se quedaron en Venezuela.
«La situación allá es difícil, no hay dinero y para mí la barbería es un arte», concluyó.
El panorama refleja lo que ha ocurrido desde que el pasado 12 de octubre Estados Unidos anunció 24.000 visas humanitarias para venezolanos que llegaran por avión y que tengan un patrocinador, pero a la par ordenó la expulsión inmediata de quienes lleguen por la frontera con México.
Desde entonces, venezolanos como José Miguel Ceballos, de 32 años, han tenido que ingeniarse la forma de ganarse la vida.
«Aquí acondicionamos un espacio para laborar y generar ingresos. Cada quien compra su máquina, que es su instrumento de trabajo», narró mientras cortaba el cabello a uno de sus conciudadanos en un sencillo banco de madera y con una tela que le cubre la parte del pecho.
Al igual que la mayoría de los migrantes, él desea cruzar para mejorar sus condiciones económicas. En su caso, viene acompañado de su padre y hermana.
«Aquí estamos trabajando y demostrando que buscamos ganarnos el pan honradamente y mi pensamiento es cruzar y pedir asilo. El tiempo que estemos aquí es dependiendo de la salud, de la situación climática y física», abundó.
Ellos, al igual que miles de venezolanos, cruzaron más de siete países para poder llegar a Estados Unidos y lograr una mejor calidad de vida.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el 80% de los migrantes que cruzan por la selva del Darién, en la frontera natural de Panamá con Colombia, son de Venezuela.
La región vive un flujo migratorio récord hacia Estados Unidos, cuya Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, en inglés) detuvo en el año fiscal de 2022 un número inédito de más de 2,76 millones de indocumentados, una cifra que incluye incrementos sustanciales en las capturas de cubanos y venezolanos.
Además, México recibió un récord de más de 58.000 solicitudes de refugio en la primera mitad de 2022, un incremento anual de casi 15 % y con los venezolanos representando cerca del 10% del total, según la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar).
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