
¿Cuántos amigos sirios o libaneses no tenemos?, particularmente he trabajado por espacio de 20 años con una familia libanesa, los Chaer y tengo que personalizar necesariamente, porque yo identifico a Maturín con el señor José Chaer, los mejores shawarmas de Venezuela, la comida de mi amiga la “Turkhis”, en cada rincón de la Sultana del Guarapiche hay un sirio o un libanés.
La migración siria a Venezuela se inició hacia finales del siglo XIX, cuando miles de cristianos y judíos sirios llegaron escapando de la caída de los últimos años de existencia del Imperio otomano, en ese entonces se les registraba como “turcos”, de allí viene que a todos se les dé esa denominación, no importa de donde provengan.
Entre esas migraciones de árabes llegaron los drusos, principalmente desde Siria y se instalaron en Venezuela hasta el día de hoy.
Desde entonces, el flujo de personas entre Siria y Venezuela ha sido constante. Pero hoy le hablaré de una ciudad al suroeste de Siria, donde es común escuchar por sus calles a la gente hablando en un español con un acento entre árabe y caribeño, donde hay una Avenida Bolívar y se come arepa, ese lugar es Sweida.
La ciudad es la capital de los drusos, una comunidad étnica y religiosa de habla árabe y con prácticas y creencias propias, cuya fe se originó como una rama del islam chiita.

¿Quiénes son los drusos?
Y aunque los drusos se reparten en los territorios de Líbano, Israel, el Golán ocupado y Siria, hay un país de América Latina donde tienen fuerte presencia: Venezuela.
Es debido a esta migración que en Sweida un 20% de la población proviene de Venezuela. Por eso entre la comunidad se la conoce como Venesweida o «la pequeña Venezuela».
«Siento a Sweida como mi casa»
De los aproximadamente dos millones de árabes entre palestinos, libaneses y sirios que hay registrados en Venezuela, son drusos entre 500.000 y 600.000.
«La situación geográfica, política y económica de Venezuela hizo que la gente llegara en busca de un mejor futuro. En 1954, mi padre emigró. Iba a Brasil, pero se bajó del barco en La Guaira (en la costa centro-norte de Venezuela)», sostiene Alhamad, quien a su vez nació en Boconó, Trujillo.
A lo largo de los años, a esta primera migración le siguieron viajes desde Medio Oriente al Caribe, pero, también, del Caribe a Medio Oriente y ahora, según los cálculos de la embajada de Venezuela en Siria, alrededor del 20% de la población de Sweida es sirio-venezolana.
«Este es el único lugar de Siria donde se come arepa y caraota negra», dice Alhamad, y cuenta que en Sweida no necesitaría hablar árabe, «porque todo el mundo habla español».
La visita de Chávez
Refuerza la idea Basem Tajedine, que cuenta que «es muy común ver ventas de arepas, de empanadas o que se beba malta».
Este analista venezolano y druso es hijo del exembajador de Venezuela en Libia y Túnez, Afif Tajedine, quien nació en Sweida y fue -según palabras de Basem- quien sugirió al expresidente Hugo Chávez que visitara la ciudad.
.Durante la presidencia de este último, los vínculos entre Venezuela y Siria se intensificaron y según el diplomático jubilado y exembajador de Venezuela en Israel Héctor Quintero, se generó una “unión ideológica-política” entre Chávez y Bashar al Assad, el recientemente derrocado presidente sirio.
Hasta en tres ocasiones Chávez visitó Siria y,en uno de estos viajes, en 2009, llegó la localidad drusa de Sweida acompañado, entre otras personas, de Nicolás Maduro, quien entonces era canciller.
Allí Chávez inauguró una calle Venezuela, plantó un manzano y puso la primera piedra de lo que iba a ser un centro sirio-venezolano. También, bajo el implacable sol sirio y ante una multitud, dio un discurso de casi hora y media.
«Siento a Sweida como mi casa. Sweida es como Venezuela, Siria es como Venezuela. Y ustedes saben que Venezuela es casa para todo el pueblo sirio», dijo.
Hugo Chávez, delante de un estrado de piedra, con tres micrófonos. Tiene los brazos abiertos y sonríe. Va vestido con una camiseta roja y encima una chaqueta de traje de tela ligera. Al fondo, hay una gigantografía con una foto donde se ven a Chávez y Bashar al-Assad mirándose y sosteniéndose los brazos de modo amistoso y, como fondo de esa foto, los colores de las banderas de Siria y Venezuela.
Como Afif Tajeldine, fueron varios los miembros de la comunidad drusa quienes llegaron a posiciones destacadas dentro del gobiernos revolucionario venezolano. El caso más emblemático es la familia El Aissami.
La «calle del hambre»
Puede que no todos en Sweida hablen castellano, pero es muy probable que si en un supermercado hablas en esta lengua, alguien te responda en ese mismo idioma con el característico cantaíto venezolano.
«Hay una calle de moda, Tarikanawuet, muy bonita, con tiendas de ropa de marca. Y toda la calle, la estructura, todo es precioso y sientes que estás en un pedacito de Venezuela, sobre todo cuando estás acostumbrada a ver las partes del país donde hay gente árabe haciendo vida».
En Sweida hay una «calle del hambre», que es como coloquialmente se le llama en Venezuela a esas zonas urbanas que están llenas de carritos de comida callejera, usualmente areperas, puestos de empanadas o perrocalenteros, y en el caso de la de Sweida, «igualitica a las de Venezuela, pero con shawarma y pura comida árabe». En el mercado se consigues harina pan», harina de maíz precocido para hacer las arepas. Hay costumbres y cosas que han permeado de la cultura venezolana en Sweida. Se celebra el día de la madre el segundo domingo de mayo».
Hay un centro sirio-venezolano del que Chávez puso la primera piedra en 2009.

Una aragüeña siria
Neisser nació en Maracay (Aragua), pero sus abuelos migraron desde Siria tras la Segunda Guerra Mundial. Como tantos drusos encontraron en Venezuela un lugar donde refugiarse y prosperar. Aunque después de más de 30 años en el país y con la crisis venezolana, su abuela decidió regresar a Sweida.
Fue en 2016 cuando ella viajó por última vez para verla. En ese momento, Siria estaba en plena guerra; a su vez, en Venezuela había un fuerte desabastecimiento y era común hacer colas a las puertas de los supermercados que podían durar horas para conseguir productos básicos.
«En ese viaje vi cosas que me volvían loca. Tuvimos que llegar a Sweida desde Líbano por tierra porque el aeropuerto de Damasco estaba cerrado por la guerra. Pero, por otro lado, íbamos al mercado y encontrábamos harina pan. En Venezuela estábamos críticos con la comida y ahí se conseguía igual», cuenta aún asombrada.
Y recuerda cómo su abuela, en ese contexto de guerra, la llamaba desde Siria. «Nos preguntaba si comíamos bien. Es muy fuerte vivir esas dos realidades», dice.

Terrorismo contra los drusos
Neisser denuncia lo que tanto ella como el resto de entrevistados califican de «terrorismo puro contra el pueblo druso».
En julio, tras enfrentamientos entre los beduinos y drusos en la provincia, el gobierno del presidente interino Ahmed al Sharaa -que encabezó el derrocamiento del régimen de Bashar al Assad por los rebeldes dirigidos por islamistas en diciembre pasado- anunció que desplegaría las fuerzas del Ministerio del Interior y de Defensa para «restablecer la estabilidad».
Desde la caída de Assad, algunos líderes drusos locales han rechazado la presencia de las fuerzas de seguridad en la ciudad de Sweida. Cuando las fuerzas gubernamentales se desplegaron, los enfrentamientos se intensificaron.
Según la Red Siria de Derechos Humanos, una organización no gubernamental, más de mil personas murieron en esas semanas. Acorde al Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, ubicado en Reino Unido, la cifra supera los 1.600. Ambos coinciden que la mayoría de los fallecidos fueron combatientes drusos y civiles.
Hay dos focos principales donde sucedieron las masacres. Uno es el hospital de Sweida, lugar que la BBC pudo visitar y donde habló con testigos. Otro de los sitios donde se reportaron ejecuciones masivas, según reporta Reuters, fue en el salón de huéspedes de la familia Al-Radwan.
Randa Dowiar, otra drusa nacida en Portuguesa, Venezuela, con marido sirio y residente en Siria desde 2018, no le dio tiempo a salir de su casa. Aunque logró salvar la vida.
«Cuando entraron, las mujeres nos pusimos un mantel en la cabeza para que no nos vieran el pelo, porque si no, nos matan. A mi hijo, que tiene autismo, le di un remedio para que se quedara callaíto y no molestara. Estuvimos cuatro días encerrados en la casa, mientras ellos entraban y salían. Nos decían que querían sacar todo lo que fuera druso, nos dijeron que éramos malos, que no sabemos lo que es Dios, que solo ellos entienden de Dios; que nos iban a maltratar, acuchillar, a matar. Pero Dios nos cuidó», relata.
Redacción: Ernestina Herrera
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