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Sufro intensamente-así soy-con la nueva computadora. La anterior, decían, era antigua. 10 años, una década era su tiempo de uso. Vieja, la llamaron los que vinieron a verla y así decían todos los que en algún momento quisieron ayudarme. La realidad, no marcaba los acentos, ni la tilde de la n, ni las comillas y, tampoco muchos aspectos que una periodista-articulista tiene que utilizar. (La tecnología tiene una obsolescencia altísima).
Mis hijos, maravillosos, me compran una nueva. Supuestamente, se acabarán los problemas. Sin embargo, aquí estoy, prácticamente con el mismo rollo, pues a esta nueva compu, no le puedo poner el teclado en castellano. Adolfo, mi hijo músico intenta ayudarme, le falta ahora la paciencia que siempre tuvo para mis primeros pasos en esta materia: la tecnología de información y comunicación.
Acostumbro narrar mucho de lo que me pasa; ya he contado en otra oportunidad, cómo fue difícil esa etapa en el primer aprendizaje de esta materia. Los hombres de mi casa, Adolfo los dos, me llevaban una morena, (pez muy conocido para los margariteños) en la materia informática. Fue, el muy especial y querido Profe. Pascuale Nicodemo, quien me dio las primeras indicaciones y orientaciones para que pudiera iniciarme con la computadora Apple.
Mi hijo, luego, se transformó en extraordinario profesor, un Maestro, pues con paciencia logró que aprendiera algo. Todavía me falta mucho, seguro ya no aprenderé. A los 81 años lo veo difícil.
Debo confesar, con vergüenza, ciertamente, que ante los aparatos tecnológicos me aparece un carácter que he intentado someter, con muchos años de terapia y fuerza de voluntad, pero qué frente al teclado inclemente, y los símbolos cambiados, además de numerosas cosas diferentes a las que utilizaba anteriormente, no resisto. Surgen, entonces, toda clase de groserías y vulgaridades contra la máquina. En una ocasión, uno de mis nietos mayores, Enrique quien estaba en la biblioteca de la casa, no podía creer que su abuela tuviera un repertorio tan florido en el lenguaje contra la computadora. ¡A pedir disculpas, no queda otra!.
Posteriormente una antigua exalumna, ahora mi profesora en estas lides, Nelly, en vista de que la computadora era lenta; con voz suave y persuasiva se dirigió al ordenador, en tono dulce dijo: hay que esperar, se está formateando. El aparato, empezó a funcionar, para mí asombro y continuó de la misma manera, para mi sorpresa. Comprendí que no debía maltratarla de palabra. ¡Ah, complejo este mundo tecnológico!.
Por mucho tiempo he pensado que la energía de la que disponen estos aparatos es la misma que la nuestra, la de los humanos. Recientemente leí que investigadores descubrieron que la información tiene materia. Por supuesto me quedé sin respiración: ¿A dónde puede llevar este descubrimiento?.
Los periodistas, le debemos a un matemático e ingeniero norteamericano, el Dr. Claude Shannon que conceptualizara la información, de manera concreta y simple, como dato reductor de incertidumbre, deslindándola conceptual y lingüísticamente, de la noticia. Por esa homologación de las dos palabras tenemos la tendencia a creer que son lo mismo. Para nada. Hoy la física nos lleva por delante. Creo que habrá de incorporarse como materia obligatoria en los estudios de Comunicación Social, so pena de quedarnos en una cierta penuria vergonzosa.
Gabriel García Márquez, en uno de sus escritos dice: Todos los objetos tienen ánima, toca a cada uno despertarla. ¿Será verdad? Habrá que esperar nuevos avances y descubrimientos.
No tengo empacho en confesar mi ignorancia en esta materia. La cuestión es que, a mi edad, lo que me falte por vivir, difícilmente lo dedicaré al estudio de la física cuántica, prefiero orar y encomendarme a Dios Nuestro Señor para que perdone mis fallas y pecados. A mejorar como persona y por supuesto a amar y ser amada por quienes me importan y rodean. Por otra parte, esta tecnología, imprescindible y necesaria, además quiere que se la trate con amor, y, ¿ella? ¿Será capaz de devolvernos el amor a raudales como lo necesitamos, especialmente, en la vejez? Amanecerá y veremos.
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