Tomado de El País de España
Karam Abu Daqa ha inventado un juego con las manos y los barrotes de hierro de la celda de la prisión Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, donde se refugia con su familia. Todo para hacer olvidar a sus hijas, la menor de ellas de apenas dos años, que se encuentran en una cárcel.
Es el único lugar donde han podido instalarse de manera miserable tras 10 meses de guerra que les han obligado a desplazarse varias veces dentro de este pequeño territorio palestino de 365 kilómetros cuadrados.
“Vivimos en dos prisiones: la gran cárcel de la Franja de Gaza y la pequeña cárcel en la que nos estamos refugiando. Pero al menos todavía respiramos”, explica Abu Daqa a este diario.
Esta antigua prisión, financiada con dinero de Qatar, tenía capacidad para albergar a unos 1.200 reclusos. Desde hace semanas, entre sus muros malviven unos 20.000 gazatíes que no tienen otro lugar al que ir, calcula Ramzi Hamdan, exsupervisor de la cárcel, que ahora se encarga de organizar el refugio.
Más de 40.000 palestinos han fallecido en Gaza desde el inicio de la ofensiva militar israelí en octubre, según cifras del Ministerio de Sanidad gazatí, controlado por el movimiento islamista Hamás. Los bombardeos sobre la Franja comenzaron después de que milicianos de este grupo extremista se infiltraran en Israel para perpetrar un ataque que dejó un saldo de 1.200 muertos y más de 200 secuestrados, de los cuales un centenar siguen en Gaza.
La familia de Abu Daqa pasa el mayor tiempo posible en el patio, para que las niñas no sientan la opresión de la celda. “Ellas me preguntan constantemente: ‘¿No es esta una prisión para criminales? Entonces, ¿por qué estamos aquí? ¿Somos criminales porque dejamos nuestros hogares?’”, recuerda el padre de familia.
Antes de que comenzara la contienda en octubre, la prisión albergaba a unos 650 criminales condenados a largas penas de cárcel y algunos incluso a la pena de muerte por asesinato, tráfico de drogas o por ser colaboradores de Israel, explica Hamdan. En diciembre, cuando las tropas israelíes se acercaron a la zona, se escaparon todos una vez que los guardias de seguridad huyeron, sintiéndose acorralados por los bombardeos.
Ahmed Ramadan Abu Atta, de 43 años, su esposa, sus cuatro hijos y un nieto recién nacido, llegaron meses después, en mayo, y fueron una de las primeras familias en buscar refugio en este lugar antaño siniestro y prohibido, que se mantiene medianamente en pie pese a los bombardeos incesantes.
Adultos y niños se han organizado en una celda con cuatro literas que limpiaron de escombros al llegar. Ramadan, la esposa de Abu Atta, explica que al principio nadie lograba dormir. “Solo la idea de estar viviendo en un lugar que alguna vez albergó a prisioneros condenados por asesinato, narcotráfico, traición u otros delitos es aterradora y te quita el sueño”, explica.
Después de haber pasado meses durmiendo en una tienda de campaña, rodeados de arena, roedores, reptiles y un calor extremo, esos muros de hormigón son hasta reconfortantes, pese al peligro que puedan representar.
La antigua prisión se encuentra justo al lado de zonas de Jan Yunis de las que el ejército israelí ha ordenado la evacuación y los bombardeos recientes en estas áreas han dejado varias decenas de muertos en los últimos días. Decenas de miles de personas han huido de nuevo, pero Abu Atta y su familia decidieron asumir todos los riesgos ante la ausencia de una mejor opción. En las últimas semanas, otras familias desesperadas llegaron a la prisión buscando refugio.
“¿Qué otra opción tenemos? ¿Qué podemos hacer? ¿A dónde podemos ir?”, se pregunta Abu Atta. “Lo hablé con mi esposa e hijos, y acordamos que nos quedábamos en la prisión. Ojalá no tengamos que desplazarnos de nuevo”, explica este padre de familia. Según cálculos de la ONU, cerca de 1,9 millones de gazatíes, sobre un total de 2,2 millones de habitantes, se han visto obligados a desplazarse desde octubre.
Hamdan, el exsupervisor de la cárcel, explica que la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) no ha reconocido esta cárcel como un centro de desplazados, debido a que no reúne las más mínimas condiciones de seguridad y no es adecuado desde el punto de vista psicológico. Por eso, al lugar no llega ningún tipo de ayuda humanitaria, de la ya de por sí escasa que logra entrar en Gaza. Día a día las necesidades de las familias que viven entre las alambradas y los barrotes de hierro se multiplican.
Y cada día, la prisión se parece más a un campo de desplazados de los que se multiplican en cualquier lugar del sur de Gaza. Tiendas de campaña, gente vendiendo lo que ha encontrado o lo que ha recogido en algún campo para ganar algo de dinero y familias hacinadas intentando lavar ropa y cocinar en precarios hornos de barro y madera… Muchos han decidido dormir directamente en el patio de la cárcel para no sentir que están en una celda y para correr menos riesgos si el edificio es bombardeado.
En el fondo, la cárcel de Jan Yunis sigue siendo más prisión que refugio: las pesadas puertas de hierro solo se pueden abrir desde el exterior de las celdas, una impresionante alambrada rodea su perímetro y en las paredes siguen escritos los mensajes dejados por los presos. “Adultos y niños están leyendo estos mensajes todo el día. Además del miedo a ser bombardeados, hay una especie de agotamiento psicológico por estar en un lugar asociado con criminales”, explica Hamdan.
Esta semana, una nueva ronda de negociaciones para conseguir un alto el fuego en Gaza ha comenzado en Doha. En ellas participan los mediadores internacionales (EE UU, Egipto y Qatar) y representantes enviados por Israel, aunque ningún portavoz de Hamás. El objetivo es poner, al menos en pausa, este cruento conflicto. Como telón de fondo, la amenaza de que la guerra en Gaza se convierta en un conflicto regional después de los asesinatos, hace dos semanas y en menos de 24 horas, del líder político de Hamás, Ismail Haniya, en Teherán y de un líder de la milicia libanesa Hezbollah, en un suburbio de Beirut.
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