Jovenel Moïse, presidente de Haití, murió a tiros este miércoles 7 de julio, en un país marcado por la violencia, la pobreza extrema, la convulsión social, las secuelas todavía sangrantes de un brutal terremoto hace una década y, encima de eso, la pandemia de coronavirus.
Haití, la nación más pobre del continente americano, está plagada de inseguridad, particularmente de secuestros para pedir rescate llevados a cabo por bandas que gozan de una virtual impunidad. El presidente Moïse, acusado de inacción ante la crisis, se enfrentaba a una fuerte desconfianza por parte de gran parte de la población civil.
Moïse ganó las elecciones de 2016 con poco menos de 600 mil votos en un país de 11 millones de habitantes. Provocó la furia de muchos por su negativa a dejar el cargo en febrero, en medio de una disputa sobre si su mandato terminaba entonces o debía prolongarse un año más.
En este contexto, generando temores de un giro hacia la anarquía generalizada, el Consejo de Seguridad de la ONU, Estados Unidos y Europa consideraron prioritaria la celebración de elecciones legislativas y presidenciales libres y transparentes, para finales de 2021.
Sin embargo, Moïse, de 52 años, eligió embarcarse en la mayor sacudida a la política haitiana en décadas: supervisando la redacción de una nueva Constitución que reestructuraría al Gobierno y daría mayores poderes a la Presidencia.
La necesidad de una nueva Constitución es un raro punto en que coinciden Moïse y sus numerosos detractores. Lo que preocupa a algunos es su enfoque unilateral para redactarla. Otros simplemente no confiaban en él.
Para reformar la Carta Magna, Moïse había convocado a un referéndum constitucional, inicialmente programado para el 27 de junio y luego pospuesto en medio de la crisis.
Según sus detractores, Moïse se había vuelto cada vez más autocrático y se apoyaba en un pequeño círculo de confidentes para redactar un documento que le daría mayor poder, así como la posibilidad de postularse para dos mandatos consecutivos. También le otorgaría inmunidad por cualquier acción realizada en el cargo.
Haití obtuvo su independencia en 1804, después de que los haitianos se levantaron contra la Francia colonial. Fue la primera nación en independizarse de América Latina y la primera república negra libre del mundo, pero no fue hasta 1990 cuando celebró sus primeras elecciones ampliamente consideradas como libres y justas. La democracia nunca se ha arraigado del todo.
Desde 1986, tras casi 30 años de dictadura, la participación electoral ha disminuido de manera constante en Haití. Sólo el 18 por ciento de los haitianos con derecho a voto participaron en las elecciones del 2016 que llevaron a Moïse al poder.
El profundo marasmo económico y social del país sigue dando azotes a un país, donde el desempleo es galopante y la desesperación está en un punto álgido. Muchos haitianos son incapaces de salir a la calle sin preocuparse por ser secuestrados para pedir un rescate.
Los conflictos entre las bandas han causado decenas de muertos y heridos y al menos 17.000 desplazados desde el comienzo de junio por los enfrentamientos en barrios como Martissant y Delmas.
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