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“Sarah es todo lo que yo no soy”, cuenta Steph*, una modelo webcam venezolana que migró a Colombia en 2018, cuando, como a muchos connacionales, la aguda crisis económica la obligó a dejar su casa en la calle Cumaná de Maturín y mudarse a Calí – Colombia.
Sarah Stark, como la conocen en la industria, “es muy amigable y conversadora, le gusta causar sensaciones entre los usuarios, tiene un ego demasiado grande y se le infla cuando le dicen que es la mejor”.
El portal web Virtual Models Studio explica que una modelo webcam o “camgirl” es aquella persona que “por medio de su cuerpo y carisma ofrece un servicio de entretenimiento para adulto por medio de unas páginas web…las cuales tienen como fin prestar dichos servicios”. Así mismo, aclara que “todo el contenido erótico y fantasioso que hacen las personas que trabajan como modelos webcam es virtual”.
Con base en estos principios, desde las instalaciones de Grupo Bedoya en Calí, Sarah “busca crear un vínculo con el usuario más allá del sexo”, por lo que “siempre tendrán de qué hablar, no todo es netamente sexual en su sala. Le gusta cantar y bailar”.
Grupo Bedoya
<A diferencia de las modelos tradicionales, la “pasarela” de Sarah está en un Studio y se refiere a su público como “usuarios”; es decir, hombre o mujeres que conoce en ‘free’, y que luego la llevan a una sala privada para un servicio exclusivo “donde solo somos el usuario y yo”.
En promedio, Sarah invierte entre 8 y 10 horas al día en plataformas privadas al estilo Streamate, siguiendo un estricto código de vestimenta y utilizando un lenguaje corporal que vaya acorde con los lineamientos de la plataforma.
Como modelo webcam, Sarah ha ganado hasta 800 dólares a la semana, mucho más que aquellos venezolanos migrantes que trabajan de meseros y conserjes en los países de América Latina.
Además, como modelo de Studio contratada, el Grupo Bedoya le proporciona soporte, apoyo audiovisual para grabar y transmitir, clases de inglés, maquillaje y productos para el cuidado personal, convirtiéndola en una marca personal e impulsando su carrera artística.
“La idea de ser modelo webcam no es solo vender, por eso hay que ofrecer algo más” y, de esta forma “si tú le ofreces (al cliente) una amistad o una buena experiencia ellos siempre volverán…se le dice fidelizar usuarios”, explica Sarah, quien comparte ganancias 50-50 con la empresa.
Sarah les ofrece a sus usuarios “amistad, un buen momento, confianza, en mi sala no solo entran personas que quieren verme en privado desnuda…hay muchos que solo quieren hablar conmigo, conocerme mejor y pueden estar una hora allí, solo hablándome, oyéndome cantar o bailar”.
Si bien las políticas son estrictas, a veces es difícil no “romper las reglas”, dando paso a una relación más cercana entre la modelo webcam y el usuario, quienes comparten información personal uno de otro.
Ante este escenario, Sarah aclara que “no es lo mismo vender fotos que ser modelo de webcam”
Viniendo de una sociedad tan retrógrada y arcaica como lo es la oriental venezolana, Sarah agradece tener todo el apoyo de su familia, donde todos “saben a qué me dedico”, ya que tiene mucho tiempo en la industria: “Yo comencé en 2017 con Snapchat…Con la empresa tengo cinco meses”.
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