Cilia Palomo Gil, de 64 años, se considera docente por vocación, debido a que desde muy pequeña le gustaba enseñar a contar, leer y escribir.
La maestra nació en Sabana de Piedra, Caripe, en el estado Monagas, y que ella considera «La sucursal del cielo», iniciándose como docente en el 1981 en la Escuela Básica Ramona Roca de López en la Guanota, donde aprendió que la docencia es sinónimo de amor.
Cumplió su jubilación con 29 años de servicio en el Centro Educativo Félix Armando Núñez Beaupertuy, en la parroquia Boquerón, lugar donde siempre fue maestra de primer grado.
«Gracias a mis padres Juan Bautista palomo Brito (fallecido) y Madre Edita Gil de palomo, pude estudiar educación, el veía que todo lo que yo hacía era con los niños, habían palitos de leña en el fondo de mi casa y los recogía para enseñarlos a contar a pesar que yo estudiaba sexto grado», dijo la educadora.
“El maestro trata de sacar a la luz los tesoros intangibles que esconde el ser del alumno, para que pueda donarlos al mundo, somos los formadores del futuro. Me siento muy afortunada por de haber podido ejercer una de las profesiones más bonitas del mundo. Como lo decía el filósofo Emmanuel Mounier que el oficio de educar es un oficio de amor».
Pareciera una afirmación un poco cursi, pero en el fondo recoge una gran verdad. Amar es desear que al otro le vaya bien, que sea lo que está llamado a ser. Educar es dar a luz el propio ser, hacerlo aflorar, el maestro trata de sacar a la luz los tesoros intangibles que esconde el ser del alumno, para que pueda donarlos al mundo… ¡Es apasionante!
Muchísima, comenzando porque existía un respeto entre el alumno y el maestro, además que los representantes tenían mayor compromiso y responsabilidad con los muchachos.
Tengo muy presente el recuerdo de esas primeras clases como maestra, sentía una mezcla de sensaciones y sentimientos. Desde el principio de este recorrido profesional he sentido la necesidad de seguir aprendiendo. La labor docente es una tarea muy exigente que requiere una formación permanente
Los alumnos, con sus claroscuros, con sus luchas internas, con sus experiencias vitales, generan situaciones de aprendizaje muy interesantes para los docentes. Con ellos aprendo a desarrollar la paciencia, a mirarlos con esperanza, a seguir admirándome por las pequeñas cosas, a valorar el sentido del humor, a no juzgar, a compartir, a colaborar, a crecer, a convivir.
“Los alumnos,, con sus luchas internas, con sus experiencias vitales, generan situaciones de aprendizaje muy interesantes para los docentes”.
Actualmente la maestra sigue educando y enseñando, tiene una escuelita dentro de su vivienda donde atiende a más de 20 niños en dos horarios, además practica bailoterapia todas las mañanas.
Cilia, tiene 30 años de casada junto a Jorge Ortiz, con quien tuvo tres hijos, Sergio David que es ingeniero civil; Yaneth Cristina, arquitecto y Jorge Manuel que estudio tecnología de alimentos.
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