Hablar del Covid-19 en Venezuela ya es toda una calamidad. Pero en Monagas y más específicamente en Maturín, es un tema doloroso, triste y muy real, que va más allá de los esfuerzos, que va más allá de la tristeza y que nos conmueve el alma a todos, sin distingo y por igual.
Desde las autoridades, hasta cualquier persona, emprendedor, empresario o trabajador; todos hacen un esfuerzo inmenso por salvarle la vida a un paciente Covid. Sin conocerlo lo sentimos propio, sin saber si quiera quién es ni cómo se llama, lo lloramos. Nos duele, y no duele la persona, duele la verdad a la que se enfrenta y a la que cualquier de nosotros está expuesto.
Todos están haciendo esfuerzo sobre humano, todos desde sus espacios han sabido apoyar. Unos, también han aprovechado el momento para hacer de las suyas, pero otros tantos suman y suman, más y más, para ayudar a alguien que así lo necesite y quizás con la esperanza o el «temor intrínseco» de sentirse apoyado cuando también lo necesite.
«Y es que no se sabe si nos tocará, lo único que se sabe es que urge cumplir con las medidas de bioseguridad y confiar en Dios»
En tres semanas de cuarentena, con picos elevados, con cifras «utópicas» y un subregistro innegable que sólo lo sabe el que habita en cualquiera de las comunidades de Maturín, son incuantificables las historias que se pueden contar.
Algunos dicen que se trata de una película de terror, unos que es una cruel realidad y otros afirman que son la mejor enseñanza hacia la humildad, el compromiso, la solidaridad, la ayuda humanitaria y el amor al prójimo.
«Rápido, por favor. Es urgente, se nos está acabando el tiempo» un mensaje de voz a través del WhatsApp. Un mensaje desde el exterior que te dice «si estuviera cerca pudiera abrazar a mi tía, si estuviera cerca la pudiera ayudar», no diremos su nombre, pero si que es una constante en cualquier parte del mundo, que es un clamor que se repite día a día a través de la línea telefónica, en busca de ayuda, en medio de una pandemia que no tiene distingo, que no sabe de riquezas, que no conoce de poder y que ataca sin piedad. A todos por igual.
«Necesito sacar a mi tía del hospital ahora mismo, necesito una ambulancia, la llevaremos a una clínica, porque la tienen que intubar. Ayúdame se nos acaba el tiempo» este mensaje aterrador que te deja sin fuerzas, pero que te activa la fibra, fue recibido recientemente a través del WhatsApp. Se trataba de la tía de un amiga.
El tiempo empezó a correr. En 20 minutos ya se había logrado el espacio en la terapia de una clínica privada en la ciudad, y se había contratado la ambulancia. Todo iba bien, pero ahora se necesitaba, una enfermera intensivista (especializada) para poder ingresar a la paciente a la Unidad de Cuidados Intensivos del centro asistencial privado.
El tiempo corre sin parar. Pasan 15 minutos se consigue la enfermera, y esta pide sólo 20 minutos para bajar tres pisos y poder ayudar a esta paciente que tanto lo necesitaba en la emergencia del Núñez Tovar. La ambulancia va en camino al centro público y las las lágrimas de alegría y esperanza entre los familiares, no se hacen esperar.
Se informa a quien aguarda por la ayuda, que ya la ambulancia va en camino y que la enfermera va bajando. Y ella, del otro lado de la línea telefónica solo logra responder «Ya mi tía se murió».
Esta es sólo una de las historias que nos arrugan el corazón, que nos marcan la vida y que en un análisis profundo nos demuestra lo frágil que somos. Lo indeleble de la vida y lo vulnerable que somos y estamos en nuestro país. Urge quedarte en casa, urge cumplir con las medidas de bioseguridad y muy, pero muy urgente que al primer síntoma acudas al centro de salud más cercano, para la evaluación y el tratamiento preventivo.
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