
En el corazón del mercado nuevo de Maturín, entre pasillos donde se mezclan olores y voces, se encuentran varios locales donde se venden plantas medicinales, entre ellos el de la señora Luz Miller Carmen Rodríguez, quien lleva más de 45 años dedicándose al comercio. “Yo le pongo 45”, dice con una sonrisa, mientras acomoda cuidadosamente manojos de albahaca morada y mastranto.
Su historia con las plantas comenzó casi por necesidad. Antes vendía legumbres, pero las pérdidas eran constantes. “Aquí también se pierde, pero me quedé con las plantas medicinales”, comenta.
El oficio le llegó por herencia: su padre conocía cada hoja y raíz y su madre preparaba botellas para distintos males.

En su mesa, los nombres fluyen como poesía, albahaca morada, albahaca blanca, cruceta, mapurite, orégano orejón, rompe piedra. Cada una tiene su distinta función: piedras en los riñones, inflamaciones, golpes. “No es que la gente todavía crea en las plantas, siempre creerán» mencionó.

Las plantas que nunca dejan de buscar para problemas renales son el orégano orejón o la clavo de pozo.
El abastecimiento es un trabajo de confianza campesinos conocidos, le traen los pedidos. Cada planta tiene su secreto. “Los guatepajaritos para la escabiosis, cundeamor, la chinchamochina, que refresca y quita el salpullido”, detalló.
Otros vendedores enseñan con orgullo sus remedios verdes, cola de caballo para la circulación e hipertensión, melón de cerro para expulsar piedras, romero para la caída del cabello, pasote para desparasitar, hierbabuena para el estómago.
Las plantas medicinales siguen siendo un vínculo con la tierra y la sabiduría popular. En cada hoja, en cada tallo, está la fe de generaciones que han encontrado alivio en lo natural, sin menospreciar la ciencia médica.
Foto: Carlos Rondón
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