De niños quizá fantaseaban con una bata blanca, un estetoscopio, examinar y diagnosticar a sus juguetes. La meta desde ese entonces se hizo sueño, y a los años una forma de vida.
La sala de la casa con juguetes pasó a ser un consultorio con verdaderos pacientes. Del cartón con el nombre sujetado en una franela pasaron a un pergamino colgado en una pared con el sustantivo de doctor.
Caminaron desde temprano por los pasillos de los hospitales llevando la esperanza de sanación en sus conocimientos, en su profesión y sobre todo en sus manos.
Atendieron desde el más pequeño al más anciano, e hicieron de su nombre referencia y confianza entre sus pacientes: “Dios lo bendiga doctor”. Así congregaron un ejercito de personas a su cuidado, pero las batallas de enfermedades intempestivamente se convirtieron en una sola guerra, con un gran oponente: covid-19.
Allí estuvieron, formados en la primera línea de fuego, el juramento de Hipócrates retumbaba en sus cabezas: “No llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos”. Así lo hicieron.
Algunos pelearon con escasos recursos de defensa, solo una pobre armadura, sin embargo, siguieron al frente, con el grito “quédate en casa” de algunos que no todos replicaron, ni acataron. La desobediencia de muchos hizo perder algunos de los frentes más asegurados y quedaron más desprotegidos de lo que estaban, luchando contra un enemigo en el que muchos aún no creen.
La bata blanca quedó oculta bajo un traje, la sonrisa camuflajeada por una mascarilla y las manos escondidas por guantes, pero no bastó y comenzaron a caer en todo el mundo. Los aplausos no bastaron. Las peticiones de protegerse tampoco. No pudieron evitar la muerte que se los llevó por delante en cada ataque.
Hoy, muchos de ellos ya no están. Algunos consultorios quedaron vacíos de su presencia. Murieron siendo padres, hijos, amigos, amores… murieron los médicos.
En honor a cada uno de los médicos caídos en el mundo y en Venezuela. A ellos, quienes dieron todo por la vida de los demás y en la lucha inevitablemente les arrebataron la suya.
Sus nombres ahora están grabados en una lápida. Hoy no están para celebrar el Día del Médico. La muerte no les dejará usar sus batas blancas No hay homenaje que los traiga de vuelta, pero sí oración por su descanso eterno. A ustedes y a quienes siguen batallando… ¡Gracias héroes!
Tomado de noticialdia.com
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