Cualquier viaje de un venezolano, sea porque lamentable o dolorosamente se convierte en un «nunca vendré; me voy para no regresar» o los que van a ver a un ser querido; una hija, una madre, se convierte en ambos casos en algo traumático aún más que la misma tormentosa realidad nacional caracterizada por hiperinflación, escasez de gasolina o de gas, agua o cualquier otra cosa.
Todo empieza con la obligatoria prueba del Covid-19 exigida por las pocas líneas aéreas que están volando; si la prueba te la vas a hacer en un organismo asistencial público tardan siete días en darte el resultado y no te sirve porque te exigen que tenga 48 horas, así que ni modo a pagar los 80 o 100 dólares que cobran en laboratorios con unas largas colas en donde por supuesto tienes que prepararte para tomar tu número y armarte de paciencia; un negocio redondo que dicen está montado con personeros del gobierno chisme normal que sale, por supuesto, de la misma cola.
Al llegar al Aeropuerto Internacional de Maiquetía la cola ya no es adentro; estamos impedidos de ver por un buen rato el piso que nos recuerda a nuestro gran Cruz Diez, hay que comenzar a rodar maletas desde la calle, ese es el primer impacto.
Los viajeros a Europa se encontraran con una nueva disposición que ha dejado a muchos con un pasaje de avión sin poder utilizar, los viajeros deberán tener parentesco directo padres o hijos con un ciudadano con nacionalidad europea de cualquier país o residencia, sino no puede embarcarse, papeleos, cartas de aceptación; nada, es nueva disposición y punto dice el personal de la línea y para colmo partidas de nacimiento que demuestren grado de afinidad. Primer filtro
Llegar a Estambul (Turquía) constituye una parada antes de entrar a Europa. Nadie podría pensar que en ese moderno aeropuerto hay venezolanos varados que aspiran entrar a Europa, es el segundo filtro donde tienes que echar el mismo cuento y mostrar lo mismo la carta credencial con la nacionalidad y el documento de filiación.
La llegada a Europa concretamente a España constituye el paraíso de entrada para muchos venezolanos, jóvenes deambulando en busca de una oportunidad de ingreso; madres jóvenes cargando pequeños tras un esposo que la espera. Lo primero que hay que afrontar son aeropuertos en solitario; apenas uno o dos vuelos que salen; una soledad absoluta, el fantasma del Covid-19 corre por los aeropuertos, esa soledad nos avisa que una segunda oleada de la epidemia amenaza implacable.
Los europeos asimilan los toques de queda con escepticismo, marchando por carretera de Barcelona; España a Francia se anuncia como la Navidad tendrá sus requerimientos; reuniones no mayores de cuatro personas.
Solo la esperanza de la vacunación sostiene a los europeos mientras Macron el presidente francés anuncia su contaminación, un venezolano aclimatado o intentando aclimatarse acostumbrados a la cuarentena sienten que lo peor ya ha pasado, algunos; la mayoría espera quedarse sobre todo si eres un chamo. Para que regresar?, la desesperanza es un coctel emocional que carcome al venezolano más que a nadie , la añoranza y la melancolía termina una vez se pisa suelo europeo; lo demás, no sabemos lo que pasará. Pensar en un regreso para muchos se vuelve cuesta arriba, ¿Cuántos se quedan en el camino? , ¿Cuántos vuelven a lo mismo? a intentarlo después, la migración la llevamos con tristeza, más de cinco millones de venezolanos esparcidos por el mundo, que es una historia más frente a esta dura y triste realidad.
Por: Ernestina Herrera
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