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Salud

Cuando la distancia se sienta a la mesa en navidad

Aunque la ausencia duele, también puede convertirse en un camino de madurez afectiva tanto para los hijos como para los adultos

Reiniel Garcia
Redactado por: Reiniel Garcia
Publicado:9 diciembre, 20253:07 pm
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Cuando la distancia se sienta a la mesa en navidad

La temporada navideña suele asociarse con luces, reencuentros, celebraciones y un ambiente que invita a la cercanía afectiva. Sin embargo, para muchas familias, estas fechas también pueden convertirse en un escenario donde la distancia, la ausencia y el duelo se hacen más visibles y dolorosos.

El Dr. Trino J. Gascón G. Psicólogo Clínico, de la Salud y Hospitalario, observa cada año cómo diciembre despierta emociones intensas y contrastantes: la alegría del encuentro, pero también la nostalgia por quienes no están; la ilusión por lo que llega, pero también la herida por lo que se perdió.

La forma en que los hijos y sus familias viven esta combinación de emociones depende de múltiples factores: el tipo de ausencia, el modo en que se ha trabajado el duelo, la calidad del vínculo familiar, y especialmente, la capacidad de cada hogar para generar espacios de expresión emocional segura. En este sentido, la Navidad puede convertirse en un tiempo de gran sensibilidad psicológica y social.

La distancia: una ausencia que también duele

En los últimos años, la movilidad internacional, el trabajo remoto, las migraciones y las separaciones familiares han hecho que muchas personas vivan las fiestas lejos de sus hijos, padres o seres queridos. La distancia altera la dinámica emocional navideña porque rompe un elemento esencial: la proximidad física como símbolo de unión.

Para los niños y adolescentes, esta distancia se manifiesta de formas distintas según su edad:

En los más pequeños, surge confusión. Les cuesta comprender por qué “papá no puede venir” o por qué “mamá está en otro país trabajando”. A veces interpretan la distancia como un abandono, aunque no lo sea.

En los adolescentes, puede aparecer irritabilidad, retraimiento o una aparente indiferencia. Sin embargo, detrás suele haber un profundo anhelo de conexión y, en ocasiones, frustración por no tener control sobre la situación.

En los jóvenes adultos, la distancia puede sentirse como una carga emocional: la sensación de estar “divididos” entre dos mundos, o la culpa por no estar presentes en momentos que culturalmente se consideran importantes.

Para las familias en general, la distancia física en Navidad incrementa la tensión emocional porque confronta el deseo de estar juntos con la realidad de no poder hacerlo. La videollamada se convierte en un intento de puente, pero muchas veces deja un sabor agridulce: se escucha la voz, se ve el rostro, pero no se siente el abrazo.

 El duelo: la silla vacía que pesa más en diciembre

Si la distancia genera nostalgia, el duelo genera vacío. La pérdida de un familiar crea un antes y un después en la forma de vivir las celebraciones. En Navidad, la ausencia se intensifica porque la memoria afectiva se activa con más fuerza: las tradiciones, los rituales familiares, las comidas especiales, la música festiva… todo recuerda lo que ya no está.

Para los hijos que atraviesan un duelo, las reacciones pueden variar:

Algunos niños manifiestan su tristeza abiertamente, preguntan, lloran, buscan explicaciones.

Otros se muestran sobreadaptados, tratando de mantener el ambiente “feliz” para no preocupar a los adultos.

Los adolescentes, por su parte, suelen experimentar la pérdida con una mezcla de rebeldía y silencio, dos formas que intentan protegerlos, aunque no siempre de manera saludable.

En las familias, el duelo produce cambios en la organización emocional del hogar. La ausencia de quien falleció no solo significa la falta de una persona, sino la ausencia de su rol, de su energía, de su lugar simbólico. En Navidad, ese lugar se vuelve más evidente: la silla vacía, la voz que ya no cantará, la receta que ya no preparará, el abrazo que no llegará.

A nivel psicológico, diciembre funciona como un “marcador emocional”: nos recuerda el paso del tiempo, los ciclos, la vulnerabilidad y, en algunos casos, la necesidad de aceptar que la vida continúa aunque el corazón aún esté en proceso de entenderlo.

Cómo viven los hijos estas ausencias durante la Navidad

Los niños y adolescentes procesan la ausencia —por distancia o por duelo— de manera distinta a los adultos porque su cerebro y su mundo emocional están en construcción. Algunas manifestaciones frecuentes durante la temporada navideña incluyen:

  • Mayor irritabilidad o llanto fácil
  • Cambios en el sueño
  • Preguntas insistentes sobre el familiar ausente
  • Rechazo a participar en actividades festivas
  • Aislamiento, especialmente en adolescentes
  • Exceso de activación o hiperalegría, como mecanismo de defensa
  • Somatización (dolores de estómago, cabeza, tensión)

Es importante que las familias no interpreten estas reacciones como “mala conducta”, sino como expresiones de un mundo interior que necesita acompañamiento. Los hijos sienten profundamente aunque no siempre puedan expresarlo en palabras.

 El papel de la familia: sostener sin forzar

Uno de los errores más comunes durante la Navidad es intentar “borrar” la tristeza para mantener la idea de una celebración perfecta. Sin embargo, desde la psicología sabemos que negar la emoción no la elimina, solo la desplaza. Lo más saludable para los hijos —y para los adultos también— es permitir espacios en los que las emociones puedan convivir sin juicio: la alegría junto a la nostalgia, la risa junto al recuerdo, el presente junto a la ausencia.

Algunas recomendaciones que suelen ayudar:

  1. Hablar de la ausencia sin dramatizar, pero sin evitar

Nombrar al familiar fallecido o lejano, compartir recuerdos, conversar sobre lo que se extraña, ayuda a que los hijos comprendan que el dolor es parte natural de la vida.

  1. Crear nuevos rituales

Las tradiciones dan estructura emocional. Si la ausencia impide mantener ciertos rituales, es importante crear otros que representen la nueva etapa sin borrar la historia familiar.

  1. Validar la tristeza

Decir a los niños: “Es normal que te pongas triste, yo también lo siento”, les da permiso para sentir sin miedo.

  1. Mantener la conexión incluso en la distancia

Una carta, una videollamada significativa, un detalle enviado con anticipación… mecanismos que fortalecen el vínculo aunque no haya presencia física.

  1. Evitar la exigencia de felicidad

La Navidad no tiene que ser perfecta; tiene que ser humana. Y lo humano implica aceptar lo que sentimos.

 El duelo y la distancia como oportunidad de crecimiento emocional

Aunque la ausencia duele, también puede convertirse en un camino de madurez afectiva tanto para los hijos como para los adultos. Muchos niños desarrollan mayor sensibilidad, empatía y comprensión del valor de las relaciones cuando viven procesos acompañados de manera adecuada. Las familias, por su parte, aprenden a reorganizarse, a apoyarse mutuamente y a mantener vivo el significado profundo de la Navidad más allá del aspecto comercial o festivo.

En psicología hablamos del concepto de resiliencia familiar, que es la capacidad de un hogar para adaptarse ante las adversidades y transformarlas en aprendizaje. La distancia obliga a valorar la presencia; el duelo obliga a valorar el tiempo; y ambas experiencias, aunque duras, pueden fortalecer los vínculos cuando son vividas desde la autenticidad y el acompañamiento emocional.

Un cierre necesario

Las fiestas decembrinas son un recordatorio de que las emociones humanas no siguen un guión perfecto. Algunas familias celebran, otras recuerdan, otras lloran y otras hacen todo al mismo tiempo. La distancia y el duelo no deberían ocultarse bajo la luz de los adornos; pueden, más bien, integrarse como parte de una Navidad más real, más consciente y más humana.

Porque, al final, la esencia de estas fechas no está únicamente en la mesa llena, en el árbol decorado o en los regalos envueltos. Está en la capacidad de mirar a quienes amamos —incluso a quienes ya no están— con gratitud, con amor y con la esperanza de que, a pesar del dolor, seguimos construyendo sentido juntos.

 Dr. Trino J. Gascón G.

Psicólogo Clínico, de la Salud y Hospitalario

@drtrinojgascong

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