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«El peso del entorno social y familiar, en contextos de violencia, crítica o negligencia, allí el riesgo de autolesión aumenta», dijo. Por eso, mencionó la importancia de un entorno que brinde amor, aceptación y comunicación abierta.
Finalmente, señala que es urgente actuar desde escuelas y comunidades, promoviendo la educación emocional, la prevención del bullying y la accesibilidad de profesionales de la salud mental.
Palomo agregó «busquemos ayuda de un profesional es un acto de valentía».
Por su parte, la doctora Ruth Pereira, desde su perspectiva clínica y social, señala que cuando los jóvenes llegan a su consulta, ya existe un deterioro notable en su dinámica social y familiar, como aislamiento, conductas extrañas, alejamiento del núcleo familiar.
Para Pereira, la autolesión tiene raíces más estructurales tales como violencia familiar, fallos en la crianza, falta de enseñanza sobre resolución de conflictos, déficit en habilidades de resiliencia y exposición a ambientes agresivos o destructurados.
Describe que la autolesión lleva un proceso de etapas como violencia externa, rabia, sensación de indefensión, depresión, y finalmente autodestrucción o suicidio.
»El joven que se autolesiona no busca morir en primera instancia, sino aliviar el dolor o huir de problemas que no sabe enfrentar», dijo.
Además, insiste en la responsabilidad social y familiar, no solo del individuo. Destaca la necesidad de educar emocionalmente desde la infancia, enseñar a manejar el dolor, la ira, el fracaso, y evitar trasladar traumas no resueltos de generación en generación.
También señala factores como el bullying escolar, la pobreza extrema, la presión social, el acoso sexual temprano y la falta de acompañamiento emocional y espiritual como agravantes.
Recalca que la intervención debe ser integral, no basta solo tratar al joven, también hay que trabajar con su familia, su escuela y su entorno social.
Además, señala la importancia de inculcar valores espirituales, metas de vida claras y manejo positivo del tiempo.
»Hay que enseñarles que pedir ayuda es un acto de fortaleza, no de debilidad», concluye.
La violencia autoinfligida en los jóvenes es un reflejo de heridas sociales profundas. Comprenderla desde una perspectiva humana, compasiva y estructural es el primer paso para sanar no solo a quienes la sufren, sino también a una sociedad que no puede seguir mirando hacia otro lado.
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