
En Gaza, la desesperación por conseguir comida ha llevado a muchas madres a arriesgar su vida cada noche. Mientras sus hijos lloran hambrientos en las carpas, ellas caminan largas horas por zonas peligrosas, con la esperanza de alcanzar los camiones de ayuda humanitaria que cruzan la frontera.
Um Khader, madre de tres, es una de tantas mujeres que, sin compañía masculina, se agrupan junto a otras para buscar alimentos en la oscuridad. “Todo a nuestro alrededor representa un riesgo para nuestras vidas, ya sean ladrones, soldados israelíes, cohetes o drones”, dice.
La caminata puede durar dos horas. La amenaza es constante: podrían ser blanco de disparos israelíes o víctimas de saqueos por parte de otros civiles desesperados. Al llegar, si es que lo logran, deben abrirse paso entre miles de hombres para conseguir algo tan básico como una bolsa de harina. Y aun así, nada garantiza el éxito.
Walaa, una de sus amigas, relató a CNN cómo, tras esperar diez horas, un joven la amenazó con un cuchillo para arrebatarle su ración: “Suelta la harina o te mato”, le dijo. Ella se la entregó.
Caminar entre el miedo y el hambre
Maryam, que dio a luz hace tres semanas, también ha hecho el trayecto durante siete noches consecutivas. Busca leche para su recién nacido y comida para sus otros tres hijos. Hasta ahora, ha regresado con las manos vacías.
Como muchas, su mayor temor no es el cansancio ni los disparos, sino dejar huérfanos a sus hijos. “Mis hijos me dicen: ‘No vayas, mamá, no queremos que mueras. ¿Quién nos cuidará si te pasa algo?’”, cuenta Um El-Abed, quien perdió a su esposo en un bombardeo.
La poca comida que llega no alcanza. La olla de sopa que recibió en una cocina comunitaria no alimentó ni a la mitad de sus ocho hijos. Por eso, se lanza a la ruta de los camiones durante la noche, mientras ellos duermen.
Solidaridad en medio del colapso
A pesar del caos, hay gestos de humanidad. Un desconocido le entregó a Um Khader una bolsa de harina, que ella compartió con su vecina Um Bilal. Esa bolsa alimentó a cinco niños más, aunque fuera por unos días.
Um Bilal disuelve sal en agua para calmar el hambre de sus hijos entre una comida y otra. Su hija menor se arranca el cabello del dolor. “Antes comíamos alimento para animales. Pero ahora es hambruna sobre hambruna. Nuestros cuerpos ya no lo soportan”, dijo.
Demasiado débil para volver a caminar largas distancias, no ha dejado de intentarlo. Se ha topado con tanques, esquivado disparos, y hasta se ha desmayado por agotamiento. Aun así, muchas veces vuelve con las manos vacías.
Un sistema colapsado
Organizaciones humanitarias advierten que el colapso del orden público, la escasez de ayuda y la falta de distribución organizada están generando un escenario de supervivencia brutal: solo los más fuertes logran algo. Los vulnerables, como estas madres, enfrentan un dilema devastador: arriesgarse a morir, o ver morir de hambre a sus hijos.
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