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Agricultor perdió mitad de su equipo y cosecha por las deportaciones

Las redadas migratorias intensificadas en el sur de California

Reiniel Garcia
Redactado por: Reiniel Garcia
Publicado:7 agosto, 20253:32 pm
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Agricultor perdió mitad de su equipo y cosecha por las deportaciones

En los huertos del condado de Wasco, en Oregón, las ramas de los cerezos cuelgan pesadas, no de frutos frescos listos para el mercado, sino de cerezas marchitas, ennegrecidas por el paso del tiempo. Ian Chandler, agricultor y dueño de CE Farm Management, observa en silencio el resultado de una temporada rota no por la naturaleza, sino por una crisis humana: la ausencia de trabajadores para levantar la cosecha. “Lo que van a ver este invierno son mapaches gordos y felices”, comenta con ironía triste, mientras camina entre árboles que deberían estar vacíos.

“Desafortunadamente, no pudimos recoger la fruta”, agrega. Este año, casi una cuarta parte de sus 50 hectáreas de cerezos se ha perdido. No fue una plaga ni una helada tardía. Fue la falta de manos. Según Chandler, la mitad de su fuerza laboral habitual no pudo llegar. ¿La razón? El miedo.

Las redadas migratorias intensificadas en el sur de California, de donde vienen sus trabajadores, han disuadido a muchos de moverse por el país como lo hacen cada año. El agricultor, exoficial del Ejército, acostumbrado a liderar con determinación, intenta mantener el ánimo de los pocos que sí llegaron.

“Hay que mostrar una cara positiva. Todos dependen de ti”, dice. Pero la realidad pesa: entre 250.000 y 300.000 dólares en pérdidas directas, solo en esta cosecha. No es solo dinero: es fruta que no alimentará a nadie, es ingreso perdido para familias que dependen de esos trabajos estacionales. La mayoría de los recolectores son latinos, muchos sin papeles, otros protegidos temporalmente por programas como el DACA. Como Lisa nombre ficticio, quien decidió no salir de California este año.

Tiene tres hijos ciudadanos, un permiso de trabajo, pero también miedo. Su madre y su padrastro, ambos indocumentados, han trabajado toda su vida en el campo. Hoy, prefieren no arriesgarse a una detención que los separe de su familia. “¿Quién va a hacer estos trabajos si renunciamos?”, se pregunta. La historia de Chandler se repite en fincas de todo Estados Unidos. Según el Departamento de Agricultura, el 42 % de los trabajadores agrícolas son indocumentados. Otros tantos son inmigrantes legalizados.

Sin embargo, sus aportes rara vez figuran en los informes mensuales de empleo. La Oficina de Estadísticas Laborales reporta que 1,4 millones de personas han salido de la fuerza laboral desde abril, y más de 800.000 son nacidas en el extranjero. El impacto ya se siente, no solo en los campos, sino también en los supermercados, en las cadenas de producción y, por supuesto, en las familias trabajadoras.

Mientras tanto, desde la Casa Blanca, el entonces presidente Donald Trump prometía apoyo al sector agrícola: “Cuido de los agricultores. Los quiero. Son una parte muy importante de este país, y no queremos hacerles daño”. Pero Chandler y tantos otros ya sienten ese daño. Sin trabajadores, no hay cosecha. Y sin cosecha, se pierde más que dinero: se pierde parte del alma agrícola del país.

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