
Desde muy temprano, cuando el sol apenas toca las calles de Maturín, Jefferson Martínez, ya está sobre su moto. Son las seis y media de la mañana y con casco en mano y la esperanza de un buen día, arranca su jornada como mototaxista.
Hace seis años se dedica a este oficio, que más que un trabajo, se ha convertido en su forma de vida.
“Este es el trabajo más factible que tenemos ahorita, porque tenemos la moto y de ella vivimos cada día. Poco a poco, pero ahí vamos”, dice Jefferson con una sonrisa cansada, mientras espera su próxima carrera.

Pertenece a la cooperativa «Ayacucho en Dos Ruedas», junto a otros 15 motorizados que como él, enfrentan largas jornadas entre el calor, la lluvia y el tráfico.
Su rutina comienza temprano y se extiende hasta las 7:00 de la noche. En ese tiempo, apenas tiene oportunidad de ver a su esposa y a sus hijos. Vive en Sabana Grande, un sector retirado, lo que hace que el regresar a casa durante el día sea casi imposible.
“Todo el día aquí, porque si me voy para la casa pierdo el turno, pierdo el tiempo. Pero bueno, uno lo hace por la familia”.

Jefferson recuerda que su primer día no fue fácil. “Fue duro aprenderse las calles, los sitios. Había que dar muchas vueltas, para allá y para acá, pero ahí fuimos aprendiendo”.
Como muchos motorizados, ha pasado por momentos difíciles. “Lo más duro es pasar todo el día llevando sol, agua y hambre, y a veces irme a la casa sin agarrar ni una carrera, eso duele «.
También indicó que como mototaxista ha enfrentado peligros en la vía.
“Tenemos que andar con cuatro ojos. Muchos conductores no nos respetan, los carros nos lanzan encima. Hay que estar pendiente, porque si no, imagínate.”
A pesar de los riesgos, Martínez mantiene una actitud responsable. Siempre usa el casco, tanto él como sus pasajeros, y aconseja a sus compañeros hacer lo mismo.
“El casco es la protección más importante. Hay que cuidar la vida, porque uno sale a trabajar, pero quiere volver a casa.”
Para el ser mototaxista, es de orgullo.
“A mí me gusta. Me gusta andar en mi moto, recorrer la ciudad. Es algo que disfruto, aunque sea duro”.
Aunque su familia le ha pedido que venda la moto por los riesgos que implica andar en dos ruedas, el sigue firme sobre su moto, su trabajo no solo mueve a la ciudad, también mueve los sueños de quienes, como él, hacen de cada carrera una oportunidad para seguir adelante.
En cada semáforo, en cada bocina, hay una historia. La de Jefferson es solo una de muchas que ruedan por las calles de Maturín, demostrando que el motor más fuerte no está en la moto, sino en el corazón de quien la conduce.
Foto: Pasante Santiago Hernández
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