El día para Sonia comienza más temprano que para cualquier otra persona de su sector. Antes de las 6:00 de la mañana, la robusta mujer de 32 años, de piel morena y de larga cabellera, debe tener lista para el colegio a la más pequeña de sus hijos, de 7 años, a quien religiosamente despide con un fuerte abrazo y con besos en el portón de la escuela que, afortunadamente está cerca de su comunidad.
De regreso a su humilde vivienda, ubicada en Los Capachos, pequeño sector de la parroquia Las Cocuizas de Maturín, la ama de casa debe continuar su faena de todos los días: lidiar con las deficiencias de los más elementales servicios públicos.
Sonia no recuerda en qué momento se volvió habitual tener que recorrer, según sus cálculos, al menos un kilómetro de distancia para poder recolectar agua apta para el consumo de su familia, también olvidó la última vez que funcionó el tanque elevado que instalaron en esa barriada, que ya suma más de 20 años de fundada.
“Yo me vengo a esta toma desde las 6:00 de la mañana, para llenar cuanto pipote tengo en la casa, solo para los oficios diarios, aquí pasamos todo el día cargando agua, la mañana siguiente es la misma faena”, narra la mujer mientras empuja de regreso a su casa una vieja y oxidada carretilla donde transporta tres baldes con agua, que debe vaciar en uno más grande, para volver a la toma improvisada. Misma actividad que realizan las otras 10 personas que se acercaron a la pileta.
Esta jornada rutinaria, que mayormente realizan mujeres, se vuelve más complicada por el mal estado de las carreteras, que siguen siendo de tierra; “cuando llueve las calles se vuelven un pantano y el charco se acumula en las ruedas, lo que hace más complicado llevar y traer las carretillas”, siguió explicando Sonia antes de llegar a su casa.
El agua recolectada la usa para fregar platos, lavar la ropa y el único baño de su casa a medio terminar, ya que ella y su marido, quien trabaja en una panadería, tuvieron que cubrir con láminas una parte de la casa que se empezó a construir a través de la Misión Vivienda.
“Los materiales no llegaron completos, entre mi esposo y unos amigos tuvimos que armar solo dos cuartos y un baño, el resto de la casa la cubrimos con las láminas del rancho donde vivíamos, más nunca supimos en qué quedó ese proyecto”, contó mientras iba descargando el líquido recolecto en el tambor de un tono azul ya desgastado con capacidad para 200 litros, que se llena con 27 tobos pequeños, por lo que esta acción debe hacerla aproximadamente nueve veces al día, si transporta sólo tres baldes en cada viaje, trabajo que divide en dos turnos, con intervalos de horas en las que debe ocuparse del almuerzo y demás quehaceres del hogar.
Los días que le toca lavar la ropa de la familia, Sonia debe hacerlo a mano desde hace 5 años, luego que su lavadora se quemara tras el apagón nacional que mantuvo a parte del país sin electricidad por cuatro días. “El tema de la luz, es otro calvario, cada día se ha vuelto más constante y los cortes de luz duran más tiempo, siempre con el temor de que otro aparato se nos dañe”, agregó.
Al igual que Sonia, esta realidad la viven muchos de sus vecinos o quienes habitan el sector desde hace 20 años, quienes dicen que siempre han vivido de esa manera: con necesidades y carencias. Pese a que en varias oportunidades durante las dos décadas de fundación han escuchado promesas que no han sido cumplidas, continúan esperando que sus clamores sean tomados en cuenta.
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