Al caminar por las inmediaciones de la Iglesia San Simón, en pleno centro de Maturín, es notorio observar al señor Alberto Guerra; pegando, cosiendo o remendando zapatos.
Durante 25 años ha ejercido el oficio que aprendió de su mamá y que le ha permitido sacar adelante a toda una familia compuesta por cinco hijos que le han dado igual cantidad de nietos.
“El zapatero”, recuerda con alegría que se inició en el oficio a los 15 años, no como zapatero, sino como limpiador de zapatos, lo que también se conoce como “bolero”. A su criterio ningún trabajo es malo, “al contrario dignifica al ser humano y le brinda oportunidades de superación”.
Según lo narrado por Guerra, con el oficio logró tener una vivienda, brindar manutención en el hogar y ofrecer estudios a sus “retoños”.
Durante un cuarto de siglo que lleva ofreciendo sus servicios en el mencionado lugar, Guerra, ha visto desfilar historias por las aceras del templo que rinde honor al patrono de la ciudad, sin embargo, hay una que recuerda y con picardía y jocosidad.
“Cuando Guillermo Call, era gobernador, constantemente nos mandaba a llamar al palacio de gobierno para que en su despacho le puliéramos los zapatos, varias veces fui. Gracias a él tenemos las casitas donde laboramos aquí cerca de la plaza”, relata.
Guerra, asegura que tiene más fuerzas para seguir dedicándole a su amado oficio, “ser zapatero me ha dado todo lo que tengo y aquí estaré hasta que salga algo mejor o hasta que Dios me lo permita, mientras tanto sigo haciendo mi trabajo con amor.
Desde su puesto de trabajo invitó a los jóvenes que han optado por este oficio a tener perseverancia, a su criterio allí radica la clave, “perseverancia y ofrecer un trabajo de calidad”.
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