
El 28 de junio, dio comienzo en la capital china, Beijing, una competición de fútbol robótico, en la que los robots participantes patearon el balón mediante el control de la inteligencia artificial. Un total de cuatro equipos compitieron por el campeonato.
En un estadio cerrado y con dimensiones reducidas, se enfrentan dos equipos. Hay goles, errores, pases… pero ningún jugador humano. Todo lo que ocurre en el campo es producto de inteligencia artificial. Esta no es una escena de una película ni una demostración para inversores: es una competencia deportiva real que ya se está celebrando.
¿Lo más sorprendente? No hay nadie controlando los movimientos desde una computadora. Los robots actúan de manera autónoma. Ven a sus rivales, ubican el balón, y toman decisiones en tiempo real. Como si fueran jugadores, pero hechos de metal, sensores y código.
La iniciativa tiene lugar en China, un país que ha apostado fuerte por la inteligencia artificial como pilar de su desarrollo tecnológico. Esta liga, conocida como RoBoLeague, está impulsada por empresas locales, como Booster Robotics, que trabajan en aplicaciones de IA para diversos sectores, desde la industria hasta el hogar.
Chen Hao, ingeniero y fundador de la empresa, resume el espíritu del proyecto: “El fútbol no funciona con control remoto. Se trata de programar algoritmos para que los robots actúen por sí mismos”. Para lograrlo, cada robot cuenta con visión computarizada que le permite identificar líneas de banda, compañeros y rivales. Y lo más importante: decidir qué hacer.
Los deportes nacieron como una forma de medir habilidades humanas: fuerza, estrategia, resistencia, creatividad. Hoy, con la entrada de las máquinas, el sentido del juego empieza a redefinirse. ¿Puede haber emoción sin identificación? ¿Queremos ver competir a robots por entretenimiento, o por progreso científico?
Lo cierto es que estas competencias abren una puerta inesperada: una en la que los humanos observan y programan, pero no participan físicamente. Tal vez sea solo un paso en el camino hacia nuevos desarrollos tecnológicos. O quizás sea el comienzo de una nueva cultura deportiva, una donde el mérito ya no se mide en piernas, sino en líneas de código.
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