La participación venezolana en Tokio 2020 muestran el empeño de muchos atletas desamparados por las autoridades, y de quienes han logrado labrarse su camino de manera independiente. Lo explica Eumar Esaá, periodista especializada en el ciclo olímpico
Los juegos olímpicos Tokio 2020 se han convertido en los mejores de la historia para una delegación venezolana. Cuatro medallas hasta la mañana de este domingo 1° de agosto, con las de plata de Julio Mayora, Keydomar Villalba y Daniel Dhers, y el oro en salto triple para la campeona Yulimar Rojas. Y Antonio Díaz no ha competido aún.
¿Cómo es posible que en tiempos tan complicados para Venezuela, la participación de sus nacionales sea la más destacada de la historia? ¿Cómo ha sido el camino olímpico de quienes han competido en Tokio 2020 como parte de la delegación más pequeña y precaria de los últimos tiempos?
Eumar Esaá, periodista conocedora de las carreras de estos atletas, de las dificultades que enfrentan y de las condiciones que marcan su desempeño en el deporte. Lo que cuenta es impresionante, alarmante en muchísimos casos.
Julio Mayora, su crecimiento, el apoyo que ha tenido y cómo es el representante de un deporte «que depende exclusivamente del gobierno». No es poca cosa, pues marca el contraste con otros atletas que no pasarán por el trance de la propaganda oficial porque no dependen de nadie y tienen sustentos garantizados por sus propios méritos en competencias internacionales, como Yulimar Rojas, Antonio Díaz o Daniel Dhers, entre otros. «Julio Mayora no lo tiene. Cuando él obra como lo hace, es por su carrera pero también por toda una disciplina. Él llega a hacer un desaire y se mueren las pesas sin ayuda. Las pesas es el deporte más exitoso de Venezuela en el ciclo olímpico».
Esaá relata que este ha sido «el ciclo de los héroes, de los atletas que han tenido que guerrear». Por ejemplo, Ahymara Espinoza, lanzadora de bala, que «trabajó de taxi con un carrito, trabajó en una escuela dando clases de educación física, en la cuarentena vendió licor para tratar de mantenerse y a su familia. Ella se había ido con Rosa Rodríguez (martillo) para Eslovenia con una ayuda económica del COV para entrenar. Pero su mamá se enfermó y ella regresó a Venezuela para ocuparse de ella. Y después cuando intentó regresar a Eslovenia, nadie la ayudó. No pudo entrenar en condiciones decentes».
Detalla que Ahyara Espinoza «estaba sin entrenador, sola en un campo de beisbol donde le habiitaron un circulito para simular el escenario de competencia. En un momento eso también lo cerraron y ella se fue a una playa en Barlovento, donde usaba la acera como la superficie de cemento para simular el círculo de lanzamiento y usaba la arena para hacer las marcas de la bala y saber las distancias. Ella improvisó un gimnasio en el patio de su casa. No tenía quien la asistiera y es peligroso entrenar así».
También Eumar Esaá comenta los casos de Andrés Madera y de Paola Pérez, otro de los casos más emblemáticos. «Ella hizo en los Juegos Olímpicos de Río 2016 una participación destacada en aguas abiertas, con diploma por el cual le prometieron una casa que nunca le dieron. Era para hacerla la niña mimada de la natación venezolana. Pero no, quedó en el absoluto desamparo. Se fue a Chile a trabajar en algo normal, de cumplir horario, para poder mantener a su familia en Táchira. Allá ni siquiera tenía una piscina donde entrenar, entonces amarró ligar en el balcón del apartamento para que esa resistencia le simulara una situación de brazadas. Ella abrió un Gofundme para poder ir a la clasificatoria».
Asimismo, hubo atletas que no pudieron hacer los viajes pertinentes para aspirar a cupos olímpicos, para buscar marcas, por falta de pasaporte, para unos juegos donde tampoco ha habido promesa oficial de recompensa en metálico para los atletas destacados. Por eso hablamos de becas de dos dólares, de atletas que tienen entrenadores que no han recibido pago por parte de Venezuela en cuatro años, de patrocinios privados a deportistas que terminan repartidos entre compañeros para poderse ayudar unos a otros, de compromisos personales, y de qué pasó con la «generación de oro».
¿Y el futuro? Difícil. Quizá condenado a volver a una época en la que solamente aquellos que podían iniciar proyectos personales y pagar su formación, alcanzaban participar en el ciclo olímpico. «En Venezuela los espacios de alta competencia y entrenamiento han quedado como elefantes blancos», explica Eumar Esaá.
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