
Según un estudio de 2007, un solo beso apasionada propicia la transferencia de hasta 1.000 millones de bacterias de una boca a otra, junto con unos 0,7 miligramos de proteína, 0,45 miligramos de sal, 0,7 microgramos de grasa y 0,2 microgramos de «compuestos orgánicos variados», es decir, lo que vienen siendo restos de comida. Pero ¿por qué existe el beso?¿Acaso no es una fuente de infecciones?
Hay gestos humanos que parecen tan profundamente personales y culturales que es fácil olvidar su dimensión evolutiva. Según un nuevo estudio publicado en Evolution and Human Behavior, el beso en los labios no es un invento reciente ni exclusivamente humano, sino un comportamiento con profundas raíces biológicas que podría remontarse al linaje común de los grandes simios, hace entre 21,5 y 16,9 millones de años.
Este hallazgo, que desafía la idea de que el beso evolucionó como un gesto exclusivamente cultural, se basa en un extenso análisis filogenético de datos observacionales sobre el comportamiento social en primates. Investigadores del Departamento de Biología de la Universidad de Oxford, liderados por la bióloga evolutiva Matilda Brindle, han recopilado evidencias de interacciones orales no agresivas en chimpancés, bonobos, orangutanes y gorilas, concluyendo que este tipo de contacto ya estaba presente en ancestros comunes a estas especies.
El beso se define en esta investigación como un acto no violento de contacto entre bocas, con movimiento, pero sin transferencia de alimento. Esta definición evita enfoques antropocéntricos y permite identificar comportamientos similares en distintas especies. El problema es que este tipo de interacciones no dejan huellas fósiles. Por eso, el equipo optó por una reconstrucción filogenética, utilizando modelos bayesianos y millones de simulaciones para rastrear probabilidades evolutivas.
Los resultados de este enfoque no solo sitúan el origen del beso mucho antes de lo que se creía, sino que también apoyan la hipótesis de que neandertales y otros homínidos extintos pudieron practicarlo, e incluso compartirlo con Homo sapiens durante los periodos de hibridación entre especies.
A pesar de lo sorprendente del hallazgo, el estudio también deja muchas preguntas abiertas. Entre ellas, la más intrigante: ¿por qué besamos? Si bien el beso puede fortalecer vínculos sociales, servir como preámbulo sexual o ayudar a evaluar posibles parejas a través de señales químicas, sigue siendo una conducta que implica riesgos, como la transmisión de enfermedades. En términos evolutivos, no está claro si sus beneficios superan esos costes.
En esta línea, los investigadores señalan que el comportamiento del beso no es universal ni entre los primates ni entre los humanos. Estudios antropológicos indican que solo el 46 % de las culturas humanas documentadas practican el beso romántico. Esta variabilidad sugiere que, aunque puede haber una base biológica para el beso, su expresión depende en gran medida del contexto social y cultural.
Además, la información sobre estos comportamientos en animales salvajes sigue siendo limitada. Buena parte de los datos provienen de observaciones en zoológicos y santuarios, donde el entorno controlado puede influir en las conductas. Por ello, los investigadores subrayan la necesidad de más estudios en poblaciones salvajes y en especies fuera del grupo de los grandes simios, para entender mejor cómo pudo surgir y transformarse el beso a lo largo de millones de años.
Es decir, que, a pesar del riesgo evidente de contagio, besar puede ofrecer beneficios biológicos y sociales que, al menos en ciertos contextos, superan los costos. A través del intercambio de olores, feromonas y otras señales químicas presentes en la saliva, nuestro cuerpo puede obtener información sobre la compatibilidad genética, el estado de salud e incluso el equilibrio hormonal de la otra persona. En algunas especies de primates, y en muchas culturas humanas, el beso (o comportamientos equivalentes) también se utiliza para calmar tensiones, negociar interacciones sociales y reforzar la pertenencia grupal.
Aunque no todos los humanos besan, y no todos los animales lo hacen como nosotros, el beso parece ser más que una simple muestra de afecto. Es un vestigio conductual profundamente arraigado en nuestra biología, que nos une en una red invisible de lazos sociales y afectivos que trasciende culturas, épocas y especies.
Vía: nationalgeographic.com.es
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