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«América Latina y Europa, en especial España, deben compartir sus investigaciones científicas, pues pueden aportar soluciones a problemas medioambientales comunes que serán más acuciantes en el futuro», asegura la científica venezolana Yarivith González.
El próximo miércoles recibirá en España el Premio Internacional 2024 de la Fundación Princesa de Girona en la categoría de Investigación, que por primera vez se dirige a jóvenes talentos de Latinoamérica.
Licenciada en Química en su Barquisimeto natal, suma un nuevo reconocimiento en su carrera, esta vez por sus investigaciones para reciclar baterías de litio y por su labor en difundir la ciencia en la escuela en países latinoamericanos a través de iniciativas de educación ambiental.
González aboga porque el trabajo que realizan investigadores a ambos lados del Atlántico sea transferible, especialmente en un país como España con el mismo idioma que muchos de América, ya que ayudará a afrontar problemáticas que serán globales.
Como qué hacer con las baterías de coches eléctricos, en lo que trabaja la Universidad Nacional de San Luis en Argentina, en un equipo que es parte de su trayectoria como científica.
Allí el Laboratorio de Metalurgia Extractiva cuenta con un grupo de investigadores que ha patentado varias soluciones, dirigido por Jorge González y Lucía Barbosa, a través del Instituto de Investigación en Tecnología Química de esta universidad y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas del país.
«Somos pioneros en América Latina», subraya, al abrir un camino para reciclar un mineral como el litio que no es un recurso renovable, pero al que se puede convertir en un metal con distintos usos una vez utilizado en las baterías, de coches o de teléfonos móviles.
Argentina firma parte del conocido como triángulo del litio con Bolivia y Chile, por sus reservas de este mineral.
Aunque estos y otros países de América Latina tienen la materia prima, su parque de vehículos eléctricos es mucho menor comparado con Estados Unidos o Europa, pero pueden aportar soluciones como en este caso, contribuyendo a la conocida como economía circular, que aprovecha todo lo posible cada recurso.
Un «hito histórico», recalca, que «marca la diferencia en América Latina» para utilizar sus recursos de forma más sostenible.
«¿Qué puedo hacer yo para aportar un granito de arena, para dejar un legado?», comenta al aseverar que «la vida es un laboratorio y experimentamos cada día».
La joven investigadora ahonda en que «la sociedad necesita mentes curiosas, que vayan más adelante», porque «la tecnología todos los días nos está abarrotando» y hacen falta ideas para que ese desarrollo sea sostenible.
Por eso valora este premio, porque además de reconocer logros científicos, valora el trabajo de organizaciones no gubernamentales en educación ambiental.
«Es la punta de lanza para invitar a las nuevas generaciones» a que investiguen «desde un punto de vista ambientalista», añade.
Invitarlas a trabajar en «una ciencia transferible a la sociedad», que llegue a la gente «desde un punto de vista más práctico, para solucionar problemas ambientales, acortar plazos ante situaciones que nos preocupan», incide.
Y pone de ejemplo la labor desarrollada en Venezuela desde hace más de una década por organizaciones que van a las escuelas para con prácticas sencillas animar a curiosear en la ciencia.
En retos como la gestión de residuos sólidos en una comunidad, como el plástico o el papel, donde «sin exagerar ni asustar» consiguen que la gente «desarrolle un alto interés ante problemas como el plástico en los ríos», señala.
No se trata solo de hablarles de lo que afectan los microplásticos a los organismos, entre ellos al humano, con un lenguaje científico-técnico, sino con uno «fresco» que entiendan todos.
Y para ella es «muy lindo ser portavoz de muchos jóvenes» investigadores que «divulgan la ciencia pero de manera aplicada».
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