El Nazareno de San Pablo es una advocación de Jesús con la cruz a cuesta, rumbo al Gólgota o Calvario, sitio en las afueras de Jerusalén donde sería martirizado y crucificado.
Su imagen es venerada por los caraqueños en la Basílica de Santa Teresa, a la cual, cada Miércoles Santo, acuden miles de personas vestidas con un manto púrpura, tal como la icónica imagen del hijo del Señor, a cumplir las promesas formuladas en sus rogatorios y oraciones por la salud del penitente o de algún familiar suyo.
Esta tradicional celebración, que concluye con una concurrida procesión, no es exclusiva de la capital, pues nuestro país es profundamente católico y en sus ciudades y pueblos se venera igualmente a Jesús cargando la cruz. Pero en estas pocas líneas nos enfocamos en la capital por circunstancias de particular relevancia, a saber, un par de tragedias y un poema de Andrés Eloy Blanco.
La mañana del 26 de marzo de 1902, durante la misa consagrada al Nazareno, y con la iglesia atestada de feligreses, alguien gritó: ¡Misericordia, temblor! Cundió, por supuesto, el pánico y la muchedumbre se lanzó a correr de un lado a otro, sin orden ni concierto, buscando todos al mismo tiempo la manera de salir de allí. El templo se vació, «sólo quedó el altozano alfombrado de paraguas y sombrillas, faldas y zapatos, carrieles y andaluzas e infinidad de cosas»
El saldo de ese incidente fue de 2 mujeres fallecidas y una treintena de heridos. Bastante menor al registrado el 9 de abril de 1952, mientras el padre Hortensio Carrillo oficiaba la misa de rigor a una apacible muchedumbre. De pronto, entre el rumor de plegarias, contenidas toses, intermitentes lloriqueos de arrepentimiento, y el ruido de bancos al ser desplazados de sus sitios, «una voz agria y masculina» exclamó: ¡Fuego! Entonces, se desató la debacle con el sincrónico patitas pa’ qué te quiero: 50 muertos y 115 heridos. La dictadura achacó el dramático episodio a la malévola mano peluda de adecos y comunistas.
“El Limonero del Señor” se llama el poema del bardo cumanés y en una época era tan conocido como el objeto de sus versos —Un aguacero de plegarias/ asordó la Puerta Mayor/ y el Nazareno de San Pablo/salió otra vez en procesión—. Hoy, saldrá de nuevo a la calle, en hombros de los fieles, el Nazareno, ya no está el limonero. Pero su recuerdo perdura.
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