18Abr2024

Es la bandera nueva verde y azul de Cháves contra la bandera verde y blanca del PLN, que todos conocen y muchos rechazan como un signo de promesas incumplidas o de corrupción.

Por: Ernestina Herrera  |   3 Abr, 2022 - 3:05 pm

El país centroamericano llega a las urnas este domingo con un empate técnico entre los principales candidatos: Rodrigo Cháves, el abanderado contra la política de casta que representa su contrincante, el expresidente José María Figueres.

Los candidatos presidenciales Rodrigo Chaves y el expresidente José María Figueres, durante un debate el 29 de marzo, en San José, Costa Rica tenían hasta hace 20 años artesanales métodos de opinión pública para prever el resultado de sus elecciones.

La gente contaba las abundantes banderas en los techos de las casas, en los árboles de los patios o en los autos y así adivinaba el ganador de entre los dos partidos que se alternaron el poder por 60 años en la democracia más sólida de Latinoamérica.

Ahora todo es distinto en el paisaje político, pero Kendall Serrano sigue contando banderas en la zona norte del país como un indicador más del clima electoral y cree que Costa Rica elegirá este domingo a un hombre llamado Rodrigo Cháves, que promete barrer con los partidos tradicionales y lo que considera “grupos poderosos”.

El método de Kendall, de 42 años, puede ser útil, pero tiene sesgo. Vive en la zona norte del país, una región que gira alrededor de un próspero cantón llamado San Carlos y que se ha volcado en el candidato presidencial rupturista que este domingo se enfrenta al político más tradicional del país, el expresidente José María Figueres (1994-1998).

El empresario agrícola ha visto desde su entorno casi texano, de granjas y cultivos, el cierre crispado de una campaña electoral que ha concluido con alta incertidumbre por el estrechamiento del margen de intención de voto entre ambos candidatos, según la mayoría de encuestas publicadas, pero que en la región norteña creen ya resuelta a favor de “ese señor economista”.

El señor economista

Rodrigo Cháves, el rostro sorpresa que alcanzó la segunda posición en la primera vuelta del 6 de febrero y se colocó como alternativa a la política tradicional representada por Figueres y su Partido Liberación Nacional (PLN).

Esta es la agrupación fundada por su padre, José Figueres, quien gobernó el país en tres ocasiones y dejó una huella profunda en el modelo de bienestar social que envidian en muchos países del continente y que ahora recibe cada vez más señales de deterioro.

Es la bandera nueva verde y azul de Cháves contra la bandera verde y blanca del PLN, que todos conocen y muchos rechazan como un signo de promesas incumplidas o de corrupción.

El alcalde de San Carlos, de ese partido, enfrenta causas penales por aparentes sobornos de empresas constructoras. Después de dos décadas en el cargo, fue suspendido en 2021 y su sustituta, proveniente de un partido neopentecostal, acaba de adherirse al contrincante Chaves. El propio Figueres arrastra añejos cuestionamientos de corrupción, aunque nunca han llegado a proceso judicial.

Por su parte, Cháves no tiene más pasado político que seis meses conflictivos como ministro de Hacienda del Gobierno actual, al que llegó en 2019 por razones que nadie ahora es capaz de admitir públicamente. Solo unos meses antes había renunciado a una carrera de 27 años en el Banco Mundial.

En aquel momento sobresalió su currículo: es doctor en Economía en la Universidad de Ohio, como subraya el candidato cada vez que puede. Lo que no salió a la luz pública hasta dos años después fueron los antecedentes de denuncias por acoso sexual, que se conocieron cuando ya Chaves era candidato presidencial de un partido recién creado, Progreso Social Democrático (PPSD).

El virus del malestar contra la política

Con dos candidatos de perfiles tan opuestos, la polarización, la contaminación del debate y el voto negativo son tres distintivos de la contienda, explica el politólogo y analista costarricense Eduardo Núñez.

“El virus del malestar nos lleva a hacer apuestas arriesgadas. Si pensamos que nada funciona, pensamos también que nada perdemos con hacer un cambio, aunque pueda representar una amenaza al sistema democrático. Y los costarricenses estamos entrando en esa trampa”, comenta, tras advertir que esas tendencias en otros países cercanos han generado problemas mayores.

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